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Política y Cultura en la Sociedad dominicana, un ensayo de Alejandro Paulino: Periodo claroscuro de nuestra historia

Por: Edwin Disla *

“Los pueblos que no conoce su historia están condenado a repetirla, en ocasiones hasta dos veces: la primera como tragedia y la segunda como comedia”. Frase atribuida a George Santayana y a Carlos Marx).

El texto de Alejandro Paulino nos recuerda parte de los magníficos tomos de la Historia de la cultura dominicana (1994), de don Mariano Lebrón Saviñón. Pero a diferencia de este, gran poeta, humanista y médico, Alejandro Paulino, oriundo de San Francisco de Macorís y miembro de una familia de comerciantes de clase media, es licenciado y máster en historia dominicana, investigador de archivos (de hecho, fue subdirector del Archivo General de la Nación), documentalista y bibliotecario, por lo que su ensayo tiene una forma y un contenido más acabado que el del admirado humanista.

Edwin Disla novelista dominicano

La obra está compuesta por seis capítulos, que abarcan los cambios y luchas políticas 1844-1900 hasta las luchas caudillistas y la dictadura de Trujillo de 1930. En síntesis, analiza la historia política y cultural de esos periodos claroscuros, los cuales corresponden a la etapa precapitalista del Estado dominicano.

Cuando los trinitarios lograron la independencia de la República, el 27 de febrero de 1844, derrotando a los haitianos, debido a la ausencia de Duarte, la incipiente nación cayó en manos de dos colonialistas que sólo se interesaban separarse de Haití: Tomás Bobadilla, presidente de la Junta Central Gubernativa y Pedro Santana, jefe del ejército. Este hecho tendría consecuencias nefastas para el futuro del país.

En los siguientes diecisiete años de vida de la Primera República (1844-1861), Santana, como representante político de una sociedad hatera en vía de extinción, se convirtió en el primer presidente y caudillo de la nación. Se alternó en el poder con su homólogo entreguista, Buenaventura Báez, quien, paradójicamente, participó en la redacción de la Constitución de 1844. Mientras, por un lado, el caudillo seibano ansiaba anexar el país a España; Báez, por el otro, prefería que fuera a Francia, luego a los Estados Unidos.

En cuanto a las letras, Pedro Francisco Bonó, prócer civil santiaguero, en 1856, en forma de folletín en el periódico El Correo de Ultramar de París, escribió El Montero, considerada la primera novela dominicana. Él fue el primero en reclamar la liberación mental y cultural del pueblo, exhortándolo a superar los resabios de la mentalidad colonial heredada de España. Pero como apunta Alejandro Paulino (p.106), tantas desgracias no podían nutrir el espíritu y ser aliento para el avance cultural; obstáculos para el desarrollo de una literatura nacional, que solo tuvo tímida vigencia cuando sectores juveniles se responsabilizaron de fundar periódicos, organizar pequeñas bibliotecas y establecer sociedades políticas-culturales. El país, sumergido en la ciénega precapitalista producto de tener una economía sustentada únicamente en la ganadería y un tanto en el corte de madera y el comercio, carecía de escuelas, de universidades, de puentes, de carreteras, de industrias y de técnicos para la producción agrícola. Las calles eran casi intransitables por lo que los lugareños se trasladaban en lomos de animales y en los litorales utilizaban canoas.

Según un censo realizado en la última década del siglo XIX, se publicaban menos de tres libros por año, incluyendo folletos y plaquettes. Una de las pocas sociedades que sobresaldría en Santo Domingo sería los Amantes de las letras, a la que pertenecían los jóvenes Manuel de Jesús Galván y José Gabriel García. El primero escribiría la novela Enriquillo (1879), la más importante de la historia de la literatura dominicana; y el segundo sería considerado el padre de la historia nacional. Otro intelectual que se destacaría sería Félix María del Monte, prócer trinitario, catalogado el padre de la literatura de la República independiente.

Todo este panorama claroscuro dio un giro trágico el 18 de marzo de 1861, cuando Santana, consciente de que iba a resultarle difícil seguirse alternando en la presidencia, porque carecía de base social, pues la hatera, como es sabido, estaba en vía de extinción, y para evitar que el Estado hatero que él había creado cayera en manos, de forma definitiva, de la pequeña burguesía que lo transformaría en Estado burgués, decidió como afirmaría Juan Bosch, concretizando sus anhelos, liquidar la República, anexándola a España. La nación pasó a ser una provincia ultramarina española, Santana un marqués de Las Carreras y Báez, quien lo apoyó desde el exilio, un Mariscal de Campo. Las revistas y los periódicos literarios dejaron de circular y la libertad de prensa y de impresión desaparecieron.

Las reacciones de los hombres excepcionales no se hicieron esperar, y en San Francisco de Macorís, el pueblo se amotinó contra las autoridades que fueron a sustituir la bandera dominicana por la española; en Moca se levantó en armas el coronel José Contreras, casi ciego, secundado por Cayetano Germosén, y ocuparon la ciudad y su comandancia por breve tiempo; en Puerto Plata, Ramón Matías Mella planeó una sublevación, y tratando de evitar que la plaza del pueblo aceptara el traspaso a la metrópoli, fue expulsado del país, lo que motivó que una considerable cantidad de puertoplateños, entre ellos un joven desconocido, de veintidós años, llamado Gregorio Luperón, se negaran a firmar los documentos de aprobación de traspaso.

Portada revista El Lápiz

Era en realidad el umbral de la epopeya que se conocería con el nombre de La Restauración, porque su objetivo era restaurar el Estado creado por Duarte. Los restauradores, con Gregorio Luperón siendo la primera espada, en dos años vencieron a las tropas españolas y a los cipayos dominicanos que se unieron a ellas.

El acuerdo, llamado Pacto del Carmelo por realizarse en ese lugar, localizado en Güibia, se firmó el 6 de junio de 1865, y al mes siguiente, sin que se les permitieran imponer condiciones que lesionaran la dignidad nacional, las tropas españolas comenzaron a evacuar el país. A partir de entonces nació la Segunda República (1865-1916), tras la cual no se comenzaría, como se esperaba, a definirse la ansiada estabilidad política y el subsiguiente desarrollo económico y cultural del país. Por el contrario, debido a la ausencia en el gobierno de una burguesía nacional que mantuviera una dictadura constante sobre los sectores no burgueses, imperaría el caos y el desorden en medio de las luchas caudillistas, interoligarcas.

Entre 1865 y 1887 se sucedieron 21 gobiernos y se revisaron 13 veces la Constitución. Según expresa Alejandro Paulino (p.151), si bien en ese periodo se establecieron regímenes despóticos, las publicaciones literarias fueron apareciendo y consolidándose en el ámbito del interés de la juventud de aquellos años, y se creó el Instituto Profesional dada la ausencia de la antigua Universidad de Santo Domingo. El romanticismo era el movimiento literario en boga, un tanto el criollismo y posteriormente el Modernismo Hispanoamericano de Rubén Darío. Fue la época en que descollaron los llamados Dioses Mayores de la poesía dominicana, José Joaquín Pérez (1845-1900), Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897) y Gastón Fernando Deligne (1861-1913); nació en Santo Domingo el hijo de Salomé, Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), uno de los más grandes humanistas de la lengua española, y empezó a conocerse entre las calles polvorientas, callejones inconclusos, cantinas sombrías y pulperías carentes de suficientes productos de Santiago de los Caballeros, el decimero Juan Antonio Alix, principal exponente de la poesía popular criolla.

Portada de la revista Letras

Se creó, además, la sociedad La Republicana, la primera propiamente literaria que en 1874 publicó el periódico El Nacional. Ese mismo año se estableció en Santiago de los Caballeros, Los Amantes de la Luz, quizás la más importante de las instituciones por su larga vigencia; y en otro orden, se publicó la primera antología de la poesía criolla, la Lira de Quisqueya. En 1871, en Santo Domingo se fundó Amigos del País, que entre sus miembros se destacó el escritor César Nicolás Penson, autor, en 1891, de Cosas Añejas, la obra costumbrista dominicana por excelencia. En 1892, ellos, los amigos del país, recibieron con gran entusiasmo al apóstol de las libertades, José Martí, en su primera, de las tres exitosas visitas que haría al país en busca del apoyo de Máximo Gómez a la causa de la independencia de Cuba.

De las agrupaciones políticas, el Partido del Porvenir, del apasionado joven, Eugenio Deschamps, liberal, periodista y hostosiano, fue el que con más vehemencia predicó, que, de llegar al poder, superaría el atraso precapitalista de la República y la transformaría en un Estado burgués, moderno y democrático. Alguien lo consideró un sueño de poeta romántico y Gregorio Luperón, de demagogos del socialismo, del comunismo y de la anarquía. Precisamente Gregorio Luperón, apoyándose en su partido Azul, fue quien, a partir de 1879, instauró los primeros gobiernos cercanos al liberalismo, pues se estabilizó la economía, se respetaron las libertades públicas, se abrieron importantes espacios para que la juventud tuviera acceso a la educación y a la cultura y, en especial, le dieron prioridad al positivismo científico del sociólogo, escritor y filósofo puertorriqueño, Eugenio María de Hostos en la Escuela Normal; y a la mujer, por fin, les permitieron intervenir en las actividades ciudadanas. Este amago de progreso, sin embargo, lo abortó en 1887, el discípulo de Luperón, Ulises Heureaux (Lilís) al instaurar, después de ganar fraudulentamente las elecciones, una larga y cruel dictadura que provocaría tanto el cese momentáneo de la lucha caudillista como la profundización del control norteamericano en la política y la economía nacional.

Alejandro Paulino Ramos, autor de Política y Cultura en la Sociedad dominicana.

Lilís, aun siendo un asesino cínico, ladino y corrupto, admiraba a los intelectuales y trataba con cuidado a los periodistas debido a lo cual, dejando de lado la férrea censura que impuso, les permitió ciertas libertades como la impresión, en 1889, del Listín Diario, el periódico más importante de la historia dominicana. Diez años después, estando ya viejo y habiendo conducido el país al borde de la bancarrota, Lilís fue ajusticiado en Moca por un grupo de conspiradores. En lo adelante, las fuerzas progresistas se reagruparon tratando de evitar el regreso de la dictadura y del caos y le dieron un nuevo impulso a la educación haciendo regresar a Hostos, que había partido debido a las desavenencias con Lilis. Se fundaron nuevos clubes e instituciones culturales como El Ateneo Dominicano y el aristocrático Club Unión adquirió más prestigio. Los poetas empezaron a escribir, de forma tardía, al estilo modernista, entre ellos sobresalió la composición Mi vaso verde de Altagracia Saviñón y el joven Fabio Fiallo dio a conocer la revista modernista El Hogar y Tulio M. Cestero, considerado el primer modernista criollo, en 1914, escribió la novela La Sangre, una de las obras capitales de la narrativa nacional. Ese mismo año transformaron por decreto el Instituto Profesional en Universidad de Santo Domingo. Pese a estos esfuerzos, la lucha caudillista volvió a campear por su respeto. Ese desorden político-militar impedía el desarrollo del capital norteamericano, especialmente el de la producción y comercialización del azúcar en el marco de la Primera Guerra Mundial, una de las causas de la invasión de Estados Unidos en 1916. La nación fue convertida en una colonia azucarera regida por la censura cultural, hecho que determinó el cierre de la universidad y que las obras de teatro que se escribieron y se llevaron a las tablas no aparecieran en la historiografía nacional.

 Esta irrupción del nuevo imperio, sustituto de España en América Latina, avispó el nacionalismo criollo, a excepción de los caudillos tradicionales, que, encabezados por Desiderio Arias, principal causante de la invasión, corrieron a esconderse en sus guaridas durante los ocho de la ocupación. En cambio, un grupo de jóvenes poetas, pintores, músicos y pensadores, influenciados por las ideas de Eugenio María de Hostos, José Enrique Rodó, las del argentino José Ingeniero y en menor escala, las del judío-alemán Carlos Marx, decidieron constituirse en la sociedad político-cultural El Paladión con la finalidad de contribuir a toda campaña que persiguiera la liberación de la República. Los dos escritores más importantes de ellos serían Vigil Díaz, creador de un pseudomovimiento llamado Vedrinismo; y Virgilio Díaz Ordóñez, considerado por Mariano Lebrón Saviñón, el más alto poeta de su generación y la más recia personalidad del modernismo dominicano.

Alejandro Paulino Ramos, Edwin Disla, Manuel Mora Serrano (epd), y Miguel A. Holguín Veras (epd).

En ocasiones, El Paladión ha sido colocado junto a los postumistas, como parte de las instituciones literarias de entonces, lo cual ha generado confusiones porque en esencia son dos movimientos diferentes. El postumismo, nacido en 1921 y fundado por Domingo Moreno Jimenes, es la primera escuela poética vanguardista dominicana que revoluciona la lírica vernácula validando lo autóctono, dejando de lado la métrica y las palabras exóticas, tan utilizadas por las escuelas foráneas. Moreno Jimenes ejemplariza esta concepción en el libro Psalmos publicado en 1921, con el que, además, al mostrar las raíces del pueblo, implícitamente combate la cultura del invasor. Es sencillamente sorprendente que, en medio de un país sojuzgado y oprimido, un humilde bardo creara el movimiento literario más importante de la historia literaria dominicana. Pero en su manifiesto, escrito por Andrés Avelino y, contradictoriamente, no refrendado por Moreno Jimenes, demostraron poseer un escaso conocimiento de la narrativa moderna, universal, pues se opusieron al realismo de Balzac, que a la postre resultaría ser superior al romanticismo de Víctor Hugo. En posible que, debido a la ocupación militar, a la censura, al aislamiento y al atraso crónico del país, a los postumistas se les había hecho imposible estudiar a fondo los textos de los grandes novelistas de la época. Dudo que hayan conocido a Madame Bovary (1857) de Gustave Flaubert, obra realista con la que el escritor francés inició la novela moderna que perdura hasta hoy.

Volviendo a los movimientos criollos, entre los de resistencia se destacaron la Asociación de Jóvenes Dominicanos, encabezado por Ercilia Pepín y Rafael Estrella Ureña; la Asociación Literaria Plus-Ultra, dirigida por Manuel Arturo Peña Batlle; el Partido Nacionalista, de Américo Lugo; la Junta Patriótica de Damas, liderada por un grupo de mujeres que se propusieron recaudar fondos para ayudar a la Comisión Nacionalista, que, bajo la dirección de Francisco Henríquez y Carvajal, su hijo, Max Henríquez Ureña y Tulio M. Cestero, actuaba en el extranjero denunciando la ocupación americana. Por último, es preciso señalar la lucha por la soberanía nacional de los maeños, comandado por Máximo Cabral, en La Barranquita; la del joven Gregorio Urbano Gilbert en San Pedro de Macorís; la de Cayo Báez en los montes de Cayetano Germosén; la del poeta Fabio Fiallo, a quien apresaron y lo obligaron a pasear las calles de Santo Domingo vistiendo el uniforme rayado de preso, realidad que le multiplicaría su honra y dignidad; y la de Vicente Evangelista y Ramón Natera en el este, donde se sublevaron junto a campesinos que los invasores habían despojados de sus tierras, y para desprestigiarlos lo llamaron gavilleros.

Portada de Historia de la Cultura dominicana de Mariano Lebrón Saviñon.

El 23 de septiembre de 1922 se formalizó en Washington el plan de evacuación Hughes-Peynado o acta de sumisión, diríamos, por medio de la cual Estados Unidos mantendría el control político, económico y militar del país. Dos años después salieron los marines, y en las elecciones que celebraron antes, según los acuerdos, fue electo presidente el viejo caudillo Horacio Vásquez. A partir de entonces nació la Tercera República (1924-1965). De acuerdo con Alejandro Paulino (p.249), el fervor nacionalista decayó y con esto desaparecieron la convivencia, la solidaridad y el respeto entre los grupos, dando paso al enfrentamiento, a la división y al pugilato vanguardista entre las capillas literarias. El Paladión, la Asociación Literaria Plus-Ultra y el Movimiento Postumista continuaron con sus labores culturales y trataron de no politizar el arte, tampoco sucumbir ante la competencia y atomización como las demás sociedades producto del resurgimiento de las libertades de expresión, de comunicación y de difusión del pensamiento. Respecto al contenido de sus pensamientos políticos, que parecía estar acorde con los más avanzados de la época, demostró ser superficial, cándido, ante la coyuntura que se les presentó el el 23 de febrero de 1930: apoyaron un golpe de Estado encabezado por el Movimiento Cívico liderado por arriba por Rafael Estrella Ureña, pero comandando por abajo por el jefe del ejército Rafael Leonidas Trujillo.

El poeta Tomás Hernández Franco, autor de Yelidá (1942), uno de los más celebrados poemas nacionales, estimó el golpe de Estado, La revolución más bella de América, título homónimo de su texto editado en 1930. Ciertamente él y sus colegas creían que Rafael Estrella Ureña sería capaz de reformar y modernizar la sociedad instaurando un régimen burgués, democrático. Pero cayeron de rodillas, estupefactos, cuando al poco tiempo Trujillo tomó el poder y, blandiendo su tridente de demonio, asesinó por doquier a opositores indefensos junto a sus empleados y amigos.

   En un principio los paladionistas, al verse de repente impedidos de actuar al margen de la nueva dominación gubernamental, determinaron combatirla solapadamente fusionándose con otras entidades literarias como Plus-Ultra y la Juventud Universitaria, con las cuales fundaron la independiente Acción Cultural. De ella resultaría presidente Manuel Arturo Peña Batlle y el tristemente célebre Joaquín Balaguer, vocal. Sin embargo, la resistencia sería ineficaz y transparente, porque ellos ya carecían del valor suficiente para sostenerla. Por tal razón, genuflexos, claudicaron y se integraron como ningún otro ciudadano al despotismo más malvado y cruel que ha conocido no sólo la historia de la República Dominicana sino la del resto del continente. Peor aún: ayudaron junto a Peña Batlle y a Balaguer, a crear las bases culturales que sostuvo la dictadura durante 30 años. Como bien expresó Juan Isidro Jimenes Grullón, pudiendo hacer algo por el pueblo, perdieron el tiempo en sueños y teorías y lo dejaron postrado en la semibarbarie. Es decir, la postura patriota que mostraron ante el imperialismo y sus simpatías con las ideas más avanzadas de la época, no eran más que quimeras propias de la juventud pequeña burguesa del momento, lo que no quiere decir, de ninguna manera, que no les agradeciéramos sus aportes a la cultura nacional.

Portada de la revista Renacimiento

Uno de los pocos intelectuales que no claudicó fue Juan Bosch, quien, con tan solo 23 años, en 1932, dio a conocer el cuento La Mujer en la Revista Bahoruco. En aquel entonces pasó desapercibido, luego se consideraría uno de los relatos esenciales de la literatura hispanoamericana. Dos años antes de partir al exilio, publicó en 1936 la novela La Mañosa, que junto a Over (1939) de Ramón Marrero Aristy y Compadre Mon (1943) de Manuel del Cabral, constituirían los mejores textos escritos durante la Era de Trujillo.

Terminado este breve recorrido por las páginas del interesantísimo ensayo de Alejandro Paulino, es fácil advertir las causas de nuestra arritmia histórica y los métodos que deberíamos implementar para superarla. Esperamos pues que este, nuestro gran día de la superación llegue pronto y podamos colocarnos a la par del avance de las potencias centrales.

(Edwin Disla, 2 de febrero de 2024. El autor es Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván 2007 y 2022)

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