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Intelectuales y Trujillo: Las formas y razones  que llevaron a los intelectuales a la cooperación con la dictadura

Alejandro Paulino Ramos

 El inicio de la dictadura de Rafael L. Trujillo en 1930, puso fin, casi de inmediato al tímido proceso de apertura democrática que comenzó a vivirse a partir de la desocupación militar de 1924 y de la instauración del gobierno del General Horacio Vásquez.

Intelectuales integrándose a la conspiración trujillista

Una parte de la intelectualidad dominicana había entrado en el juego de la conspiración contra el  gobierno del viejo caudillo, encabezada por Rafael Estrella Ureña, contando con que, de lograr sus objetivos de sustituir al presiente, ellos iban a ser los actores principales del proceso y no como realmente sucedió en que el jefe del Ejército Rafael L. Trujillo, quien había urdido toda la trama sigilosamente, terminó poniéndolos a su servicio.

Américo Lugo fue víctima de la represión de la dictadura. (Col. AGN)

La trampa en la que entraron los intelectuales estaba relacionada con la concepción que estos tenían, de que la sociedad dominicana no podía reformarse y modernizarse al margen de un proceso que aniquilara el caudillismo partidarista. Para una parte de ellos ese proceso no podía implementarse sin la presencia de “un Hombre”, con fuerza, decisión y poder, que fuera capaz de dirigirlo.

Tres palabras definían la concepción del Estado, la política y la sociedad en los debates de la intelectualidad dominicana de entonces: Evolución, Regeneración y Renovación, y aunque también se hablaba de Revolución esta última no tenía, al parecer, amplia simpatía en la elite pensante.

Intelectuales alejándose de la política caudillista

La crítica de los jóvenes intelectuales al partidismo caudillista llevó a Manuel A. Peña Batlle, líder de la agrupación literaria y cultural Plus-Ultra, en julio de 1922, a negar a los partidos de entonces la condición de tales, por no tener programas, ni ideología y estar sustentados principalmente en hombres. De lo que se trataba era de construir partidos sustentados en principios e ideas y en “hombres que la impongan”:

“No es con fórmulas banales y más o menos atrayentes como se inocula en la masas el virus de su regeneración; no es con frases paradójicamente combinadas como ha de hacérsele ver al pueblo que se trabaja por su levantamiento moral; no son cabriolas más o menos audaces las que sustentan un ideal; no, es menester mucho amor y mucho desinterés, es preciso ofrecer con serenidad y sin miras ulteriores, el reposo de nuestro cuerpo y la tranquilidad de nuestro espíritu a la consagración de una causa noble y elevada, que llanamente expuesta al pueblo, le haga ver con claridad donde está el verdadero interés en regenerar, en levantar, en evolucionar…. Los llamados partidos políticos existentes actualmente en la República, no son tales partidos, científicamente considerados, no son sino una manada de hombres, que ciegamente, por la sola virtualidad de simpatías personales y casi privadas. (…). Partido político significa, agrupación consciente de hombres conscientes, que afiliados por deliberación a un programa de principios, tratan de realizar ese programa e imprimir al movimiento social y político de un pueblo el vigor de los principios sustentados y defendidos. Un partido político ha de sustentar principios, ideas, no hombres. (…). Subterfugios, maquinaciones fútiles, combinaciones urdidas al calor de imaginación alucinada, todo habrá de ceder al paso de la idea, sencilla y fuerte, como que no necesita sino de su pureza para imponerse en un ambiente en donde solo faltan hombres que la impongan”.[1]  

Joaquín Balaguer fue el intelectual más importante integrado a la dictadura de Trujillo

Buscando un “hombre fuerte” en la política dominicana

El 17 de agosto de 1922, el director del periódico santiagués El Diario tituló el editorial: “Regeneración”, planteando la necesidad de renovar y regenerar la sociedad a partir del momento, que ya se veían llegar, de la salida de las tropas americanas que ocupaban el país desde 1916:

“Estamos en un período de renovación. Ahora o luego volveremos a gobernarnos, como quiera que sea, y hoy más que ayer se necesitan moldes nuevos. (…). Estamos en un período de renovación, decíamos; y esto obliga a meditar profundamente a nuestros directores sociales sobre la necesidad de enderezar muchos errores, de higienizar el concepto moral de la política, (…). Ya somos mayores de edad. Hemos aprendido a andar a fuerza de sangrar los pies. Y si aún quedan multitudes rezagadas en el movimiento progresivo de nuestra conciencia colectiva, cumple a nuestros políticos, a nuestros tribunos, a nuestros jóvenes reconstructores seguir llevando al Pueblo por la senda regeneradora de la conciencia.”.[2]  

Pero en ese mismo periódico El Diario, aparece otro editorial cinco años después, titulado “El Hombre!…”, en el que se plantea que esa regeneración solo es posible si aparece “El Hombre” capaz de cristalizarlo. En principio se señala como ese posible “hombre” al comerciante Juan Bautista Vicini Burgos, se descartan varios de los más influyentes intelectuales y políticos, pero no descarta el editorialista que ese “hombre” sea uno que apareciera y “dirigiera al pueblo” en ese proceso de regeneración. La necesidad del hombre providencial y predestinado, que luego sería Trujillo, se iba forjando en los medios de comunicación:

“El país necesita un hombre nuevo capaz de salvarlo a base de una recia moral administrativa. Los desaciertos que a diario registra la presente administración mantienen una inquietud en el ánimo público. (…). Ese justo anhelo de que asome un hombre (…), es lo que ha hecho abrigar esperanzas de salvación, al pueblo con la posible postulación del ciudadano Juan Bautista Vicini Burgos. (…). Nosotros no servimos ideas ni intereses de ningún político, y si al referirnos a Vicini Burgos le reconocimos algunas cualidades buenas que nadie puede escatimarle sin cometer injusticia, ni afirmaremos que él es EL HOMBRE, ni negamos que lo sea. Si este no es EL HOMBRE, que surja el que lo sea y diga al pueblo que lo es, y se lo pruebe, para que el pueblo lo aclame y lo siga. El pueblo está maduro para seguir a un hombre, o con más propiedad aún: al hombre, es decir, al que sea la verdadera encarnación de la conciencia pública”.[3]

Llama la atención que fuera un “arielista”, seguidor, como la mayoría de los intelectuales nacionalistas del período de José Enrique Rodó, pero posiblemente el de más influencia en la juventud de Santiago y líder del Partido Republicano, Rafael Estrella Ureña, quien encabezó el llamado “Movimiento Cívico” que puso fin, el 23 de febrero de 1930, al gobierno del General Horacio Vásquez y promoviera, acompañado de un nutrido grupo de intelectuales, la candidatura de Rafael L. Trujillo en las elecciones del 16 de mayo de 1930. Trujillo se había constituido definitivamente en el “hombre” que todos soñaban para poner fin al partidismo caudillista.

El doctor Juan Isidro Jimenes Grullón se opuso radicalmente a la dictadura de Trujillo (Col. AGN)

Los Intelectuales de rodillas ante la política de Trujillo

Muy pronto una parte de la juventud intelectual comprendió que su proyecto y el del nuevo presidente, que tomó posesión el 16 de agosto de 1930, no era el mismo. Se abrió casi de inmediato un espacio que va de 1931 hasta 1935, en el que los desengañados y los que percibían la instauración de la tiranía, intentaron resistir la dictadura: unos participaron en conspiraciones, otros en planes para ajusticiar al tirano, y un nutrido grupo salió del país y se propuso de inmediato la organización de una expedición armada, que vendría desde Cuba, pero que quedó en el olvidó en medio de la represión ejercida con saña contra los oposicionistas.

Resistiendo integrarse a la dictadura

En el campo de los que se opusieron a Trujillo la persecución y el crimen fue implacable: Desiderio Arias murió en Gurabo junto a varios de sus seguidores, en noviembre de 1930; Cipriano Bencosme fue muerto en Moca en 1930, y Rafael Estrella Ureña abandonó la vicepresidencia y salió del país en agosto de 1931. Para 1933 tomó cuerpo una conspiración para eliminar a Trujillo entre oficiales del ejército de la Fortaleza Ozama, pero sus líderes, Leoncio Ramos y Aníbal Vallejo, entre otros, fueron encarcelados y luego asesinados.

 En abril de 1934 un nutrido grupo de jóvenes renovadores y revolucionarios de Santiago fue encarcelado y algunos murieron en la Penitenciaría Nacional de Nigua, San Cristóbal, por intentar asesinar a Trujillo; Sergio Bencosme, que había salido del país fue asesinado en Nueva York en 1935, y en abril del mismo año fue detectado la planificación de otro atentado en la ciudad de Santo Domingo, muriendo en las cárceles la mayoría de los implicados.

La “pacificación” del país terminó en 1935 y es partir de ese año cuando la mayoría de los intelectuales que habían resistido para no colaborar, van a comenzar a ingresar al Partido Dominicano, que ya antes había sido fundado en agosto de 1931.

Juan Bosch colaboró con la dictadura pero no era trujillista. (Col. AGN)

¿Cómo interpretaban en sus escritos la situación de la intelectualidad, los que no se habían pasado al régimen? En el caso de Juan Isidro Jimenes-Grullón, quien fue directivo de la Sociedad Amantes de la Luz, de Santiago, este publicó en el periódico cultural Analectas un ensayo en tres números consecutivos bajo el título “Reflexiones sobre la desorientación intelectual”. En el segundo de esos artículos el medico graduado en París e intelectual de renombre, planteó lo siguiente:

“Vivimos soñando. No tuvo la elite tampoco el sentimiento de lo social. O si lo tuvo lo desvió, pues pudiendo hacer algo por el pueblo, perdió el tiempo en sueños y teorías y lo dejó postrado en la semibarbarie. (…). El peligro está en que ese estado de cosa continué. La cuestión es de mucho más alcance de lo que a simple vista parece, pues las corrientes ideológicas predominantes en la elite dejan siempre una huella profunda en la vida de los pueblos. (…). O el intelectual se adapta y razona en relación al estado social y las necesidades del pueblo, o el pueblo degenera o perece. Adaptarse. No entregarse. Se adapta el que aprende y trata de encender la chispa del progreso. Se entrega el que cree todo perdido y se contagia o especula en la pobreza del medio. Bolívar se adaptó. Páez se entregó”.[4] 

Al momento en que estaban apareciendo estos artículos en Analectas, ya Jimenes-Grullón se encontraba detenido en la cárcel de Nigua, acusado de atentar contra la vida del presidente de la República. En cuanto a la aptitud de Julio A. Cuello, de quien no aparece, en la bibliografía trujillista de Rodríguez Demorizi, un solo artículo a favor del régimen, éste la deja percibir sutilmente en su escrito “El Carnaval”, aparecido también en Analectas en julio de 1934:

“La hora tienen para mí, sin embargo, una lentitud de silencio y soledad, dentro del vértigo enloquecido de tantos corazones abiertos al placer. Me agobia el turbulento corretear de la gente, convencida, bajo el antifaz, de la transitoria ligereza de esta vida, e inadvertida como si viviera en la amable inconsciencia de la infancia, sin la tormentosa visión de las preocupaciones futuras. (…). Bajo la frágil decoración de estas caras impasibles, la nota de inconfundible idiosincrasia es una afirmación fatal de la verdadera locura de la Sociedad, plegada de tanta cosa banal y despreocupada de todo lo trascendente y serio”.

Se dio el caso de intelectuales que se destacaron en la oposición a la dictadura, que escribieron en formas laudatorias sobre Trujillo, como fueron, por ejemplo, el Profesor Juan Bosch y Ramón Vila Piola, para sólo citar dos casos: Bosch escribió en abril de 1935 “Una responsabilidad que nadie resistiría”[5] y en enero de 1937 el artículo “Jefe y Tirano”, haciendo un paralelo entre Trujillo y Somoza, y en el que aparece como jefe el primero y como tirano el segundo.[6]   En La Opinión de octubre de 1937, Bosch escribió “El signo de Trujillo”, en el que dijo que “mientras sus amigos pueden disfrutar de los placeres que el mundo brinda a todo hombre, él—(Trujillo)—,tiene  que seguir aquí, con la República a cuesta, jineteando bajo el solazo de la Línea o sobre las crestas de la Cordillera Central”,[7]  mientras que Vila Piola, líder del complot de Santiago para eliminar a Trujillo, escribió en abril de 1941 “El trujillismo, doctrina política dominicana”[8].  Pero se sabe que tanto Bosch como Vila Piola, como otros que escribieron sumisamente en aquellos días, no fueron trujillistas.

No todos los intelectuales se integraron al proyecto trujillista

Existe la opinión de que Rafael L. Trujillo fue apoyado por la totalidad de la intelectualidad desde el inicio de su primer gobierno y hasta desde un poco antes; pero esto es incorrecto. Una parte considerable de la elite pensante dominicana resistió por varios años las presiones que recibían para que se integraran a las estructuras político-administrativas del régimen.

Luis F. Mejía se vio obligado a escapar al extranjero. (Col. AGN)

Por ejemplo, varios de los intelectuales que acompañaron a Estrella Ureña en el “Movimiento Cívico” del 23 de febrero de 1930, incluyéndolo a él, rompieron con Trujillo en 1931, aunque también es cierto que fue a partir de ese año cuando otros que fueron contrarios a la situación, comenzaron a integrarse.

Podemos citar como ejemplo varios casos: El Dr. Ramón de Lara fue nombrado por el gobierno provisional de Estrella Ureña como rector de la Universidad de Santo Domingo, pero ya en septiembre del mismo año fue expulsado del país, junto al Dr. Leovigildo Cuello y aunque esa expulsión fue levantada tiempo después, el Dr. Ramón de Lara se integró al plan que buscaba poner fin a la dictadura en abril de 1935, siendo detenido y torturado en la cárcel de Nigua.[9] 

Otro caso es el del Dr. José Enrique Aybar, quien en abril de 1930 fue de los pocos que se opuso públicamente a la candidatura de Trujillo, y en 1934 dirigió una encuesta entre personas importantes sobre la reelección, en la que solo opinaron en contra el Dr. Ramón de Lara y el Dr. Eduardo Vicioso. En 1934 ya Aybar se había rendido ante la presión e  ingresando definitivamente al gobierno en 1940, pero desde 1935 estaba escribiendo a favor del régimen. En cuanto al doctor Eduardo Vicioso, que había sido Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad, en la conspiración de abril de 1935 fue detenido y torturado en la cárcel de Nigua.[10]

Los desafectos del régimen eran obligados a escribir a favor del mismo y hasta contra sus propios familiares: Joaquín Balaguer narra en Memorias de un Cortesano, como Juan Tomás Mejía al ser llamado por Balaguer “para transmitirle instrucciones”, y al presentarse dijo: “Supongo que no me habrán llamado para pedirme que escriba contra mi hermano Luis”. (…). Había sido obligado a cubrir de improperios a su hermano Luis cuando este publicó en Venezuela el libro titulado “De Lilís a Trujillo”.[11]

El caso del director del Listín Diario es sintomático de cómo era que se estaba desarrollando el proceso de integración de los intelectuales al trujillismo: el 1º. de abril de 1934, su director Arturo Pellerano fue encarcelado y el periódico aclaró que no injurió al presidente. Al ser excarcelado ingresó, el 11 del mismo mes, al Partido Dominicano. El Listín se había destacado anteriormente como un medio de comunicación de tendencia horacista.

Entre las personas importantes implicadas en el atentado contra Trujillo de la ciudad de Santiago, fueron perseguidos o encarcelados y torturados, desde marzo de 1934: Juan Isidro Jimenes-Grullón, Ramón Vila Piola, Ángel Miolán, Fabio Bonnelly, y Fernando Bermúdez, así como decenas de jóvenes estudiantes normalistas.

Peña Batlle pasó de opositor a servidor del régimen

Una nueva conspiración contra la vida de Trujillo se planificó en abril de 1935, en la ciudad de Santo Domingo; en esta estaban implicados varios intelectuales y profesionales de prestigios, entre ellos: el ingeniero Juan de la Cruz Alfonseca, el Dr. Ramón de Lara, el abogado Eduardo V. Vicioso, el industrial Oscar Michelena y Pou, el Dr. Buenaventura Báez Ledesma, y  el optómetra Ulises Pichardo Pimentel; además del dentista José Selig Hernández, el abogado Abigail Del Monte, el farmacéutico Manuel Joaquín Santana, el farmacéutico Ramón María Lora Báez, el industrial Colchón Calvo y el comerciante Amadeo Barletta.[12] 

Una parte importante de la elite pensante terminó sirviéndole a Trujillo

Desde finales de 1931 “se completa la sumisión y a principios de 1933 comenzarán las conversiones”, dice Jesús de Galíndez[13]; pero es después de la agresiva represión contra los que integraron el movimiento conspirativo de Leoncio Blanco y Aníbal Vallejo, en el Ejército, y contra los que planificaron los atentados de Santiago y Santo Domingo, que la intelectualidad se va a postrar ante Trujillo. A partir de 1935 la vida intelectual ya no sería desarrollada en instituciones liberales alejadas de los planes de dominación de Trujillo y la “libre vida intelectual se desarrolla ahora en la intimidad del hogar, donde solo se habla francamente con el insospechable”; pero otros decidieron integrarse y formar parte del equipo de asesores y funcionarios del régimen:

“Fue, (…), fenómeno corriente—dice Juan Isidro Jimenes—que esa intelectualidad le tomara gusto a la vida burguesa, gusto que la empujó a buscar en actividades políticas o politiqueriles los medios que pudieran proporcionar tal vida, cuando la profesión se mostraba parca en ofrecerla. (…). Aquellos que conservaron ciertos escrúpulos, actuaron por lo general de modo discreto en la cooperación al mal”.[14]  

Tomás Hernández Franco sirvió a la dictadura persiguiendo a otros intelectuales.

Aunque se requiere de profundas investigaciones sobre el papel de los intelectuales en el régimen de Trujillo, la verdad que la elite pensante dominicana cometió el error de pensar que si bien era necesario  en la sociedad dominicana desapareciera la política caudillista, lo que evidentemente era correcto, cometió el error de sustentar el cambio  apoyándose en la creencia de que el problema se podía resolver de manera definitiva, con la presencia de un hombre fuerte en la dirección del Estado,  entendiendo podían poner ese hombre a su servicio, cuando lo que ocurrió fue todo lo contrario, el “hombre soñado” terminó poniendo a la mayoría de ellos,  de rodillas.



Notas Bibliográficas

[1]  Manuel A. Peña Batlle. “Evolución”. Revista Minerva, No.22, 30 julio 1922, pág. 5. San Pedro de Macorís. En este artículo, que no fue publicado en la recopilación de Bernardo Vega “Manuel Arturo Peña Batlle previo a la dictadura: la etapa liberal”, aparecen las razones políticas que llevaron a Peña Batlle, en 1924, a integrarse al Partido Nacionalista de Américo Lugo.

[2]  El Diario, Santiago, 17 Agosto de 1922.

[3]  Periódico El Diario, Santiago, 10 Enero de 1927.

[4]  Véase a: Juan Isidro Jimenes-Grullón. “Reflexiones sobre la desorientación intelectual. Analectas, Vol.5, No.2, del 8 de julio de 1934..

[5]  Listín Diario del 5 de abril de 1935.

[6]  Listín Diario, 6 enero de 1937.

[7]  La Opinión, 11 Octubre 1937.

[8]  En: Juventud, 6 de abril de 1941.

[9] Véase: Jesús de Galíndez. La Era de Trujillo. Santo Domingo: Letras Gráficas, 1999. págs.37 y 45, y Manuel Ángel González Rodríguez. Dos Procesos de nuestros anales criminales. C.T: Montalvo, 1945. Pág.56 y ss.

[10] Véase: Juan Isidro Jimenes-Grullón. Una Gestapo en América. Santo Domingo: Montalvo, 1962. págs. 49 y 194, y Manuel Ángel González Rodríguez, op. cit., págs. 81 y ss..

[11] Joaquín Balaguer. Memorias de un cortesano de la era de Trujillo. Santo Domingo: Corripio, 1997, págs.91-92.

[12]  Manuel Ángel González Rodríguez. op. cit..

[13]   Jesús de Galíndez, op. cit., p.4.

[14] Juan Isidro Jimenes-Grullón. La República Dominicana: análisis de su pasado y su presente. Santo Domingo: Editora Nacional, 1974, págs.168 y ss.

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