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Liberales y Conservadores en la política dominicana del siglo XIX

Por: Alejandro Paulino Ramos

Abordar la formación del pensamiento liberal[1] en la República Dominicana nos obliga a destacar el liderazgo de Eugenio Deschamps, quien nació en Santiago de los Caballeros en 1861 y procedió a impulsar la formación de su partido liberal en 1883, con apenas veintidós años de edad; pero también nos lleva a referirnos de manera breve, a las ideas políticas vigentes en algunas naciones europeas desde finales del siglo XVIII, vinculadas a las luchas ciudadanas, la independencia y soberanía de los pueblos, así como a la formación de los Estados democráticos, la libertad de cultos y la libertad política, de pensamiento, de imprenta, y de asociación fundamentos de los movimientos sociales que reclamaban la igualdad en los derechos jurídicos, impulsando además el progreso económico y político de los pueblos.

General Gregorio Luperón líder del Partido Azul.

En América Latina, como lo refiere el salvadoreño Mario Pozas en uno de sus escritos, “el liberalismo se configuró en la región, como una corriente aglutinadora que sentó las bases e inspiró, en un primer momento, a los movimientos independentistas y, posteriormente, a los programas y teorías que sirvieron para la instauración y consolidación de los gobiernos, así como para la reorganización social, necesaria con posterioridad”[2] a la ruptura con el orden colonial. En todo caso —dice este autor en su escrito— el “liberalismo catapultó a las sociedades latinoamericanas de las postrimerías del siglo XIX al sistema económico mundial, basado en el principio de la libre empresa individual, mediante la instauración de un sistema de instituciones republicanas, constitucionales y representativas”,[3] las que en República Dominicana —entendemos nosotros—, apenas comenzaban a ser visualizadas en el último cuarto del siglo XIX. En nuestro país, como bien lo señala la historiadora Adriana Mu-Kien Sang Ben, las condiciones eran muy diferentes a las de Europa,[4] lo que daba inconsistencia al discurso de los seguidores del pensamiento liberal que ya comenzaba a dejarse sentir desde las primeras décadas del siglo XIX.

En el marco de las condiciones coloniales en las que España mantuvo a Santo Domingo durante trescientos años, esas ideas apenas fueron percibidas, mientras que con la presencia francesa de principios del siglo XIX y posteriormente con las tímidas ideas liberales llegadas a la parte española de la isla con la Constituciónde Cádiz en 1812 y aquella disposición de que todos los españoles tenían libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas;[5] ese mandato se reflejó sin dudas en la llamada Independencia Efímera de Núñez de Cáceres en 1821.

Frustrada esa primera independencia con la ocupación haitiana de 1822, las ideas liberales resultaron limitadas por la dominación extranjera. La producción de bienes y servicios de la República fundada en 1844, no pasó de una economía precapitalista que descansaba principalmente en la ganadería, el corte de madera, un reducido comercio centrado en la capital, Santiago y Puerto Plata, y una incipiente agricultura que tenía al tabaco y a la región del Cibao como su centro principal, lo que se reflejaba de manera negativa en la poca fortaleza de la economía dominicana para sustentar la industrialización del país y la instauración de instituciones democráticas impulsadas por gobiernos liberales.

Es bajo esas condiciones y con las referidas limitaciones, que las ideas de romanticismo, nacionalismo y del liberalismo de que fue portador Juan Pablo Duarte; ideas que conoció en su estadía en Europa y que favorecieron la formación, en 1838, de la sociedad secreta “La Trinitaria”, se convirtieron en germen del primer proyecto juvenil-liberal responsable de la fundación de la República Dominicana como país libre, independiente y soberano.

Calle Las Damas, ciudad de Santo Domingo. Fuente: Revista Museo Universal, de España, 1862-

El pensamiento liberal del patricio, plasmado en el juramento trinitario y en su proyecto de Constitución resultó frustrado ante la represión política y la implantación en la naciente República, de un mandatario que expresaba en su comportamiento las condiciones atrasadas de la economía y la sociedad dominicana, troncando el proyecto duartiano. Si bien la existencia de gobiernos despóticos durante toda la Primera República impidió la instauración definitiva de gobiernos liberales, cortando a sablazos constitucionales las tendencias democráticas, esto no impidió el avance de sectores liberales principalmente en la región del Cibao.

Debido a esas circunstancias, es que entendemos que la historiadora Mu-Kien Sang Ben apunta de manera correcta, en su escrito sobre el liberalismo dominicano, que después “de 1844, iniciada la República Dominicana de manera formal, los liberales dominicanos intentaron tener una presencia importante en el espectro político nacional,  (pero) fueron los conservadores anexionistas, los que mantuvieron el dominio de la vida política. Acciones puntuales, alianzas infructuosas, derrotas y algunos triunfos instituyeron las principales características del proceso en el cual participaron ese puñado de hombres soñadores que aspiraban por una democracia al igual que las potencias imperiales que ellos mismos enfrentaban”.[6] Por esas razones, entendemos que en la génesis del pensamiento liberal dominicano, no podemos dejar de resaltar los proyectos dirigidos por los líderes que encabezaron la “revolución cibaeña” de 1857, y la proclamación de la Constitución liberal de Moca en 1858.

Aunque eclipsado por un corto período el territorio anexado a la imperial España en 1861, finalizada la guerra restauradora se percibió en la República Dominicana un nuevo impulso del pensamiento liberal que integró a muchos de los que antes se destacaron en la guerra patria, lo que también reactivó el enfrentamiento entre el conservadurismo antidemocrático y antinacional representado por Buenaventura Báez y el liderazgo liberal que se agrupaba en torno al Partido Azul bajo la protección de Gregorio Luperón y de otros liberales miembros de esa organización.

En 1879, gobernando Gregorio Luperón de manera provisional —después del fracasado experimentó de gobierno liberal de Ulises Francisco Espaillat en 1876— quedó restablecida la Constitución de Moca de 1858, a la que se introdujeron puntuales reformas en 1882. Apoyado en esta, se impuso el voto universal; iniciaron los períodos de gobierno de dos años, y se abrió el país a la inmigración, al progreso industrial y a la inversión extranjera; pero también se fortalecieron prácticas dictatoriales y corruptas en la administración pública, y tuvo origen temprano el proceso que llevó a la dependencia en relación a los intereses norteamericanos, la que muy pronto se convirtió en un revés para el avance independiente de nuestra economía y de las ideas democráticas.

El mercado de la ciudad de Santo Domingo, en la ribera del río Ozama. Pintura_John_ Edward_Taylor

Partidos Liberales y Conservadores en la lucha política

Centrándonos en los aspectos vinculados a las luchas políticas del último cuarto del siglo XIX, queremos referirnos a los partidos políticos de ese período. Partidismo que comenzó a definirse desde los primeros años de existencia de la República, con la presencia de los agrupamientos conservadores formados alrededor del general Pedro Santana y de Buenaventura Báez, y de liberales que tuvieron la región cibaeña como centro de operación. A mediados de los años setenta fue notario el enfrentamiento de liberales y conservadores expresado a través de las luchas partidarias de los rojos, verdes y azules; sin embargo, la existencia de un partido de principios como el que predicaba Eugenio Deschamps, solo fue posible a partir de los primeros años de la década de los ochenta cuando ya los verdes habían desaparecido y los rojos estaban en desbandada producto de la pérdida de la influencia, a consecuencia del fallecimiento de Buenaventura Báez, que era su figura aglutinante.

De modo, que el proyecto de partido liberal comenzó a gestarse como contraparte del partido azul, que desde 1879 se había establecido como la fuerza gobernante. Como veremos más adelante, los jóvenes liberales cibaeños concentraron todo su esfuerzo en la crítica a los azules en su afán por desplazarlos del poder a través de la lucha cívica primero, y posteriormente aunque de manera coyuntural, a través de la lucha armada.

Por otro lado, en los años ochenta existió un conglomerado formado por hombres del Partido Azul, que era la organización que desde 1865 y hasta 1880 se entendía y autoproclamaba como el partido liberal, que se había alejado de su influencia, debido principalmente a las desviaciones sufridas por esa organización desde el momento en que se convirtió en la tendencia gobernante de la República Dominicana. Pedro Francisco Bonó, que fue uno de ellos, era del criterio de que en los años setenta, en el país existían cuatro partidos, los que el ubicaba como rojo, azul, verde y cesaristas.[7]

Al partido verde, escribió Adriano Miguel Tejada, se le tenía como “verde cotorra”, resultado de la “fusión de todos los traidores y aventureros”;[8] que de acuerdo a Pedro Francisco Bonó fue la amalgama de los prohombres azules y rojos:

“De esa hibridación que se denominó fusión, el elemento rojo dominó en los componentes, puso más fondos, hizo más concesiones y recogió casi todos los beneficios, abusó en extremo e irritó a los azules, lo que provocó otra hibridación entre rojos y azules produciendo a Cesáreo y los azules dominaron y beneficiaron de la combinación”.[9]

Pero de estos cuatro partidos —sigue diciendo Bonó—, los dos más importantes los formaron el azul y el rojo, los cuales han sido vencidos y vencedores “y se han echado en cara los mismos errores, las mismas crueldades, las mismas faltas y respectivamente han pretendido significar el progreso, la paz, la justicia, el orden, la independencia”.[10] No hay forma de saber cuál de los dos partidos, Rojo o Azul es mayoría, pues los rojos por conveniencias particulares se pasaban a los azules y los azules a los rojos, por empleos o pensiones, porque son “sistemas personales”, llamando a la militancia de uno y otros con el mote de “repentinos”. Sin embargo, el único que reclamaba la condición de liberal lo era el Partido Azul, como lo anotó Francisco Gregorio Billini, que fue presidente de la República en representación de esa organización, al decir que sus miembros eran “doctrinarios”,[11] pero que, como lo escribió el historiador José Chez Checo, esa agrupación degeneró en partido personalista, que “prácticamente se redujo el partido a los luperonistas, […]; una frustrada tentativa de partidos de principios, sin una figura principal a quien seguir y “adorar”.[12]

De todos modos, los gobiernos azules fueron una realidad desde 1879 hasta 1887, cuando Ulises Heureaux, que era uno de sus principales líderes y había ostentado la condición de presidente en 1882, comenzó a abandonar el liberalismo, se unificó con sectores del Partido Rojo, irrespeto el liderazgo de Gregorio Luperón y terminó convirtiéndose en uno de los presidentes más sanguinarios y corruptos de la época. Las desviaciones sufridas por el Partido Azul gobernante llevaron a la juventud cibaeña y en especial al sector juvenil de las ciudades de Puerto Plata, La Vega y Santiago de los Caballeros a enfilar sus cañones contra Gregorio Luperón, pero mucho más contra Ulises Heureaux a quien visualizaban como un posible dictador.

En el marco del alejamiento de muchos jóvenes liberales del sector azul, fue que Eugenio Deschamps encontró favorables a sus predicas, y con los que va a impulsar su proyecto que se identificaba como el “Partido del Porvenir”; organización centrada en la región del Cibao y que llegó a promoverse a través de periódicos locales, como el verdadero partido democrático y liberal de la República Dominicana, que como bien los anotaron Rodríguez Demorizi y José Chez Checo, tenían a Ulises Francisco Espaillat como la “bandera de la libertad de Santiago” y predicaban el objetivo de llevar el país por la “verdadera senda de orden y el progreso”.[13]

De las provincias del Cibao, de acuerdo a Eugenio María de Hostos, Santiago resultó en eje central del liberalismo cibaeño y se destacó como la más radical en la lucha por implantar la democracia y el liberalismo en la República Dominicana, debido a que era esa comarca la que asumía preponderancia a la hora de enfrentar a los partidos conservadores y se había convertido en el “formidable rompecabezas de las tiranías” (…), que se oponían al progreso. […]; la provincia que más fuertemente ha combatido la tiranía, la que con más frecuencia ha batallado contra el despotismo, la primera siempre en alzarse en nombre de los principios, ha sido Santiago de los Caballeros”.[14] De tal manera que no resultará extraño que fuera en la región cibaeña y específicamente en la ciudad de Santiago de los Caballeros, la localidad en la que residió Eugenio Deschamps y el conjunto de jóvenes con los que compartió sueños y propósitos libertarios, donde surgiera el interés de formar un partido liberal, negador de las desviaciones políticas de los azules y dispuesto a enrumbar el país por el sendero de la libertad, el progreso y la democracia.

Eugenio Deschamps y la influencia liberal de Espaillat

Ese joven, al que Roberto Cassá señala como “el tribuno del pueblo”, nació en Santiago de los Caballeros en 1861. Se destacó temprano en la lucha política, en la oratoria, y en la prensa fundando a la corta edad de 23 años los periódicos El Derecho, La Alborada y La República, considerado este último como “la más alta tribuna de la libertad por los años 83, 84 y 85”, uno de los más importantes del Santiago de entonces, “tribuna de un grupo de jóvenes de la misma orientación, y entre los cuales figuraba” Deschamps como “eje espiritual”.[15] De formación autodidacta, recibió instrucción de “su tío Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, uno de los escasos hombres dotados de un elevado nivel cultural en Santiago.[16]

Deschamps ejerció el magisterio, militó en las ideas de civilización impulsadas por Eugenio María de Hostos, y en 1885 fue perseguido, acusado de emitir opiniones con las que se entendía violaba la ley de expresión del pensamiento, por lo que se exilió por corto tiempo para luego retornar y pasar a formar parte de la revolución de Casimiro Nemesio de Moya en 1886 contra los intentos dictatoriales de Ulises Heureaux, conflicto que lo empujó de nuevo a un largo exilio involuntario. En 1893 formó parte de la revuelta que contra el dictador Lilís encabezó Gregorio Luperón para ponerle fin a esa dictadura.

Integrado a todas las actividades sociales y culturales que tenían lugar en Santiago de los Caballeros y en lugares distantes como Moca, La Vega y Puerto Plata, aparece formando parte de diversas agrupaciones literarias y culturales, en las que tenía marcada influencia. Su activismo y entrega como gestor político-cultural, hizo que Hostos lo tuviera como un hombre valeroso en el camino de la regeneración de la sociedad, diciéndole a sus adeptos, que para esa labor tenían que contar con los “brillantes jóvenes del Cibao que, al par de ustedes, han llevado a cabo una empresa que solo jóvenes o taumaturgos hubieran sido capaces de realizar”. Entre ellos, a Eugenio Deschamps que de acuerdo al educador, fue el primero que concibió la regeneración de la República, y “más que ningún otro dominicano la ha meditado, soñado y divulgado por el mundo”.[17]

Además, en el limitado medio social en que nació, Deschamps se autoproclamó seguidor de las ideas democráticas de Ulises Francisco Espaillat, lo que hizo con palabras apoyadas en asamblea por sus seguidores, exaltando sus principios democráticos, y jurando ante su sagrado sepulcro ser fieles a las doctrinas que predicó, como lo expresó en su discurso ante los miembros de la Sociedad Literaria Amantes de la Luz de Santiago, cuando evocando su sombra venerada, dijo prometer,

“[…] no retroceder ante ningún peligro ni en presencia de ningún tirano!, y por medio del más humilde de sus miembros, protesta esa misma Sociedad, a los manes de Espaillat —el ciudadano honrado entre los honrados, el Presidente más digno que se ha dado a la República— (prometiendo) que luchará por imitarlo, a despecho de los sacrificios todos que saben los tiranos inventar, en el estúpido afán de ahora (contra) la redentora idea de libertad. Ella dice, por boca de ese mismo humilde socio: Si pasando de la esfera de lo moral, a la esfera de lo intelectual, nos empeñamos en la justificación del pensamiento que hemos pretendido desarrollar a la ligera, pruebas incontestables hallaremos de que hay seres en la tierra que no mueren jamás; que no pueden morir a pesar de la sombría y terrible sima del sepulcro! […]. Espaillat, noble Espaillat: tu no has muerto para nosotros. Tu espíritu esta en medio de nosotros; vives en nuestro espíritu; vivirás en el espíritu de nuestros descendientes”.[18]

Fue ese Eugenio Deschamps quien formó parte de la juventud de Santiago, que tuvo como referencia política principal, al temprano gobierno democrático de Espaillat y de la coyuntura política vivida a finales de los setenta del siglo XIX, lo que hizo que, con apenas veinte y tres años de edad, se propusiera la formación de una organización liberal y se convirtiera en un líder juvenil que trascendió e influenció a una parte importante de la juventud de la región cibaeña, sin que pasara desapercibido para los funcionarios y dirigentes del partido azul, en especial a los expresidentes Gregorio Luperón, Ulises Heureaux y Francisco Gregorio Billini: “Aunque tuvo una repercusión limitada en el escenario de la Política nacional—escribió Roberto Cassá— el conglomerado contestatario cohesionó a una amplia porción de jóvenes. Actuaron en pos de la implantación de un estado de derecho, que barriera lo que consideraban autocracia de los caudillos. Visualizaron que cabía preparar tal logro mediante una acción ciudadana, auto organizada con fines sociales, educativos, culturales y recreativos. Procedía una diversidad de acciones posibles, en torno a las cuales giró la vida de los cabecillas en el primer lustro de la década de 1880”.[19]

Liberales acusados de socialistas y comunistas

Gregorio Luperón, preocupado por los ataques de ese sector a su figura política, sindicó a los jóvenes liberales cibaeños que estaban bajo el influjo de las ideas políticas de Eugenio Deschamps, acusándolos de “socialistas”, “anarquistas”, “comunistas, y “visionarios” que pululaban “en toda la República, predicando en sus hojas doctrinas desmoralizadoras y la guerra social”, que odiaban el militarismo, “no quieren fortificaciones ni cañones”, y que “falta de experiencia” amenazan “con su fecunda y delirante fantasía”[20]. Deschamps, desde su periódico La República rechazó los calificativos del líder azul y como respuesta aprovechó para, en representación del sector que entendía formado por sus seguidores, autoproclamarse “ardientes demócratas”, defensores de las libertades constitucionales y las leyes, del respeto a la opinión ajena, del derecho y de las ideas y pensamientos nobles; además, de seguidor de “los benditos principios democráticos que hacen a los hombres y a los pueblos dignos, respetables y felices” y “enemigos de los gobiernos tiránicos, autoritarios y corruptos”.[21]

En ocasión de la clausura de su periódico La Alborada, a principios de agosto de 1883, explicó las razones del cierre escribiendo que procedía a abandonar la lucha a través de la prensa, pero que siendo muy joven decía tener “arraigadas convicciones”; que era “ardiente revolucionario”, con aspiraciones de que el pueblo viviera una nueva era de paz y progreso. Apuntando además, que a él solo lo motivaba el interés en las “sacrosantas luchas de las ideas”, aborreciendo la lucha armada y considerando que solo la prensa era el único medio idóneo para proyectar sus ideas.[22]

En aquella ocasión, escribió Deschamps lo siguiente:

“Muy jóvenes somos todavía; apenas han dejado de juguetear en nuestra frente las deliciosas brisas de la adolescencia, y es posible que algún día volvamos a luchar llenos de brío (…). Pero nadie podrá acusarnos de que hemos obedecido a sugestión alguna al emitir nuestras ideas, ni nadie se atreverá a suponer que no nos ha guiado otro objeto que el del bien y gloria de la Patria. (….). Nosotros, que proclamamos la independencia del periodismo (…), estaremos pronto a sucumbir en aras de la libertad; es imposible, es torpe suponer que apostaremos hoy de nuestras arraigadas convicciones y sometamos nuestra humilde pluma, menguada y servilmente a los mandatos de otros cerebros que nuestro propio cerebro! (….); jamás, jamás aspiraremos a otras luchas que a las sacrosantas luchas de la idea! ¡Somos, sí, ardientes revolucionarios, pero la revolución con que soñamos, ni tiene por medio la sangre, ni reconoce por fin el oro y la venganza!… Queremos lucha, empero no la lucha sangrienta del campo de batalla, sino en el palenque grandioso de la tribuna y de la prensa”.[23]

Semanas después de la clausura del proyecto periodístico, por el tímido apoyo del conglomerado al que iba dirigido, procedió a fundar un nuevo medio de prensa con el nombre de “La República” que circuló en su primer número en septiembre de 1883. Si bien este no fue vocero de su propuesta partidaria, que tuvo origen paralelo a esa publicación, en lo fundamental su contenido guardaba estrecho vínculo con el referido propósito. La República dejó de aparecer a partir de junio de 1885, debido a la represión política desatada desde el gobierno de Alejandro Woss y Gil, cómplice de Lilís que actuó contra Deschamps bajo su mandato, acusándolo de difamación; situación que lo obligó a clausurar el periódico y a abandonar el país para evitar ser apresado.

El Alcázar de Colón. Imagen publicada en 1862 en el periódico Museo Universal. Madrid, España.

Fue en ese medio, en su edición del 30 de noviembre de 1883, en el que Eugenio Deschamps dio a conocer los planes para la formación de la agrupación a la que llamó “el Partido del Porvenir”, lo que informó en una nota que título Nuestro ideal y en la que describió lo que para él era todavía una idea, un sueño que afloraba en su mente juvenil, imaginándolo “envuelto entre los rayos de la gloria”; pero que todavía resaltaba “en el horizonte vagamente el perfil grandioso de su rostro!”.[24]

Deschamps alejándose de los partidos caudillistas

En esa misma edición, Deschamps trazó una línea de demarcación entre los partidos tradicionales existentes y su intención de construir una organización nueva apoyada en los principios democráticos, lo que anunció con las siguientes palabras:

“¡No somos rojos o baecistas; tampoco somos azules o triunviros. (…); no somos rojos, decimos; tampoco somos azules; los unos y los otros han contribuido a hacer jirones el estandarte de la patria; somos… ¿Qué somos entonces? ¿A qué bando pertenecemos, nosotros que tanto nos afanamos por la felicidad y la gloria de este pueblo querido; nosotros, que diéramos toda nuestra sangre si fuera ella capaz de fecundizar sin dolores ni catástrofes la libertad en esta patria adorada? ¿Se puede acaso trabajar por el engrandecimiento y la civilización, aisladamente, sin formar parte de un núcleo donde estén aunados los esfuerzos y las aspiraciones de los buenos? ¿Qué somos entonces? He aquí la respuesta: ¡Pertenecemos al gran partido del porvenir!… ¿Cuál es el gran partido del porvenir, nos preguntáis? ¡No asoma su colosal figura todavía; soñamos sin cesar, con él; nuestra imaginación lo contempla envuelto entre los rayos de la gloria; solo se destaca en el horizonte vagamente el perfil grandioso de su rostro! ¡Es el partido de la libertad, el partido de los principios, el partido de la ley! Elevará un altar, no para colocar en él a insensatos generales, que serán raros entonces; no para ir allí a inspirarse en mezquinas odiosidades ni a prometer a los dioses sus intereses y su sangre en cambio de oro y poder, ¡no jamás! ¡Elevará un altar, y será el dios la Democracia, pero la Democracia limpia y pura, libre de todo adulterio, en cuyas sacrosantas aras iremos a quemar el incienso generoso de la armonía, de la paz y del amor!”.[25]

El partido así esbozado apuntaba a la formación de un eje político normado por los principios, que aniquilara las prácticas caudillista y clientelista, alejado de las revueltas insustanciales y del irrespeto a la Constitución y las leyes, que dignificando al individuo tuviera la fortaleza para engrandecer “al pueblo proclamándole solemnemente soberano”. Una agrupación con una militancia integrada por los hombres que no se habían manchado con la corrupción, que tuvieran “las manos limpias, (…), ¡Después, los rojos buenos y los azules sin mancha, engrosarán sus líneas y emprenderá entonces el trabajo de regenerar a los que vivieron siempre en la atmósfera del vicio! ¡Allí, no habrá crimen, porque cualquiera de sus miembros, desde el primer jefe hasta el último soldado, que manche el paño de su honra, será sin embozo castigado; no habrá farsas: (…). ¡Ese partido, casi divino, es nuestro partido; ese es el espléndido ideal con que sin cesar soñamos; y ese debe ser el partido y el ideal de todos los buenos, de todos los patriotas”.[26].

La intención de formar el Partido Liberal

Esa proclama dada a conocer, anunciando que se proponía la formación de una nueva organización política con las finalidades señaladas, incitó, primero a las críticas y a las burlas. Meses después, cuando se vio que los planes tenían motivos y que avanzaban a convertirse en realidad, entonces desde sectores del gobierno azul se procedió a la persecución política. Igual pasaba con sectores azules no gubernamentales y con personas consideras como liberales, quienes restaban calidad a Deschamps para darle vida al referido proyecto. Por ejemplo, desde el periódico El Imparcial, que bajo la dirección de Sebastián Emilio Valverde había surgido en la ciudad de Santo Domingo a la par que La República, se llegó a plantear que esa proclama estaba cargada de doctrinas ilusorias.

Por igual, otros críticos desde el litoral azul, comenzaron a burlarse de los que fueron formando el Partido Liberal, señalándolos con el sobrenombre de “Los del Porvenir”; motivo suficiente para que Deschamps respondiera, diciéndoles que se acogía con orgullo a esa definición de “los del porvenir”, pues con ella se referían, aunque “en son burlesco, bautizándonos así con el título más digno a que puede aspirarse en estos tiempos, del porvenir, es decir, liberales, doctrinarios, hombres que quieren el bien por el camino de la ley”.[27]

La tarea que Deschamps tenía por delante en la formación de la agrupación era ardua; pero mucho más difícil a la hora de elaborar estrategias, que en lo fundamental posibilitaran que su partido lograra asumir la rienda del Estado para gobernar con un programa de gobierno basado en las ideas democráticas, haciendo predominar los principios liberales. Esos propósitos hacían que en el centro de sus objetivos estuviera el enfrentamiento directo con el Partido Azul de gobierno, debido, entre otros aspectos, al entendimiento de que ya no existían los verdes mientras que los rojos de Buenaventura Báez, fallecido su caudillo, estaban desapareciendo, perdiendo influencia política y social, lo que hacía que muchos de sus partidarios pasaran a engrosar la fila del partido de Gregorio Luperón, pero como parte de una estrategia que buscaba el fortalecimiento del sector “lilisista” dentro de ese partido.

Partiendo de un relativo conocimiento de la situación política del período de los gobiernos azules (1989-1886), Deschamps entendía que de la única manera en que podría abrirse paso hasta alcanzar la dirección del Gobierno, ensanchando el camino hacia el poder, era a partir de la táctica política que buscaba unificar lo civil con lo militar, como una forma de hermanar los dos sectores y de que los segundos no se convirtieran en un obstáculo para el fin propuesto. Aunque esos planteamientos parecían no concordar con la estrategia definida de implantar la democracia, sustentada en los principios y no en la fuerza de los generales, Deschamps defendía su posición explicando las razones que lo llevaban, en la coyuntura en la que hacia sus planteamientos, a preferir un presidente que no fuera “enteramente civil”. Lo que explicaba con los siguientes planteamientos:

“Y téngase en cuenta —decía el tribuno— que odiamos con todas nuestras fuerzas las administraciones que se apoyan en las bayonetas y cañones: la fuerza es brutal, y por consiguiente, arbitraria. Empero un hombre completamente civil en el Poder destruiría quizás la obra de la paz que debemos sostener y consolidar a costo de todos los sacrificios posibles!”[28]

Llevar a la presidencia a un civil podría quebrantar la paz que se estaba viviendo, por lo que prefería evitar las guerras, apoyando para las elecciones de 1884 a un candidato con experiencia en el ámbito militar, pero con ideas liberales:

“[…] pensamos —siguió escribiendo— que en el hombre que venga a regir los destinos del pueblo, deben estar hermanados lo militar con lo civil; esto es, debe tener entre los militares suficiente prestigio para reprimir sus violencias y acallar sus ambiciones, debiendo ser suficientemente liberal, para sentir respeto hacia los hombres del pueblo y garantizarles por completo la práctica de sus derechos y el ejercicio de sus libertades. He aquí cómo, sin prescindir de las cualidades, no debemos olvidar la calidad, debiendo, en nuestro concepto, tratar de hermanar a esta, aquellas”, no a un “hombre enteramente civil para la presidencia” un intelectual, a “un individuo que no habiendo demostrado alguna vez el valor y la energía que se necesitan en la República para merecer respeto de los militares, no inspire a estos sino odio y desdén; porque, no hay que dudarlo, el hombre de pluma, el literato, el pensador, odio tan solo y desdén inspiran al bando militar, que no respeta nunca sino al que sepa repartir más rudos sablazos”. (…). Hemos querido pedir un Presidente de prestigio en la soldadesca, y suficientemente ilustrado y liberal para que no incurra en la injusticia y en la torpeza de mirar con recelo las manifestaciones y el trabajo del pueblo por la realización de sus aspiraciones e ideales”.[29]

Aun así, Deschamps escribió en su periódico que desde meses antes de las elecciones de 1884, se percató de los conflictos que amenazaban con la división en los azules, y temiendo a un enfrentamiento entre sectores opuestos de ese partido, llamó a los “que debían ser vencidos, a agruparse en torno de los vencedores”, exhortándolos a “considerar a los vencidos como a compañeros y hermanos”, con el fin de evitar una rebelión armada.[30] Planteaba esa posición, por entender que los conflictos armados desestabilizaban el clima de paz, que para él era el necesario para poder desarrollar su organización política. Pero también, porque llegó a simpatizar, él y los que se movían en su entorno, con el sector más liberal en la contienda electoral. Pero ese acercamiento que resultó momentáneo, pronto fue abandonado, prefiriendo mantener una actitud abstencionista, la que era considerada por sectores periodísticos como parte de un plan en el que estaban envueltas “aspiraciones extrañas” y de que el líder juvenil cibaeño planificaba proceder contra las autoridades por medios no legales, auspiciando un levantamiento contra el gobierno.

Tal vez por eso, el general Gregorio Luperón acusaba a sus seguidores, diciendo que él no estaba dispuesto a coincidir con “los demagogos, del socialismo, del comunismo y de la anarquía que quieren fundar hoy en el país y que irrevocablemente concluirá con su gobierno”, llamándolos “disociadores” que lo habían declarado sus mayores enemigos, que lo habían insultado y ultrajado con calumnias, y queriendo destacar que los jóvenes liberales cibaeños eran “unos muchachitos que no tienen historia ni nada han hecho por la Patria ni por su bien”.[31]

La fe de la juventud en el progreso económico

Por otro lado, una de las preocupaciones permanentes en la intelectualidad de la segunda mitad del siglo XIX, descansaba en la necesidad de promover que la República saliera del atraso precapitalista, que se expresaba en lo fundamental en una economía ganadera; con un país sin escuelas ni universidades; carente de puentes ni carreteras; sin industrias ni técnicas modernas para la producción agrícola. Esa situación de atraso que se manifestaba en toda la sociedad, hacían que los más entendidos en lo que estaba pasando, promovieran un salto económico que situara la República entre las naciones modernas de la época, lo que apuntaba a luchar desde posiciones liberales por la organización del Estado, y gobiernos que tomaran como estandarte la Constitución, las leyes y los principios democráticos.

Deschamps tenía, como todos los liberales de su época, una fe inquebrantable en la ley del progreso, que visualizaba como eterna y divina; progreso con el que se podría resolver todas las necesidades del país, y “negarlo —llegó a escribir— es negar sin duda la verdad, serena y clara siempre. La ley del progreso no lleva el sello perecedero de lo humano, sino que tiene su origen en Dios, que no creó la luz y los espacios, que no pobló el cielo de infinitos mundos, que no imprimió a estos girar incesante y admirable, sino creando y cumpliendo a la vez la ley portentosa del progreso! (…); al dar un solo paso —siguió diciendo—, progresamos; al concebir un pensamiento feliz, realizamos un progreso; y no hacemos más que progresar y progresar, al aclarar nuevas esperanzas y al sentirnos impulsados”.[32] Pero, para que ese progreso fuera una realidad, Deschamps era del criterio, tan temprano como en 1882, de que los pueblos necesitaban impulsar la inmigración, porque para él “la inmigración es el progreso” (…).Yo quiero, sí la inmigración, porque ella es casi siempre progresista y civilizadora”.[33]

Deschamps no solo era partidario de la inmigración como sustento del progreso, ni por las personas que ingresaban al territorio dominicano fortaleciendo el crecimiento de la población en un país casi despoblado, sino también —así lo creía— porque con la inmigración llegaba la inversión de capitales que acompañaba a los extraños, que invertían “respetable capital en la siembra de caña, que hoy se mira allí —en la capital— como motora del progreso (…); tras de él viene otro y otro y treinta capitalistas extranjeros más, y se importan multitud de máquinas, y viene la locomotora, y llegarán ferrocarriles, y se aumentan los proventos aduaneros, y puede el Poder hacer imperecedero su nombre con la creación de establecimientos de instrucción, que remontan poderosamente el vuelo del espíritu, y el nombre de Santo Domingo”;[34] lo que no percibía el joven liberal, tal vez debido a que lo que estaba sucediendo con la llegada de inmigrantes y capitales, era que detrás de ese progreso con las grandes inversiones en centrales azucareros y producción agrícola, también estaba latente lo que en poco tiempo sería una de las desgracias de la economía dominicana. Detrás del crédito, de la nueva tecnología y la integración a los mercados, también se escondía amenazante la dependencia industrial, comercial, y política, en relación a los Estados Unidos;[35] génesis de los males sufridos por el pueblo dominicano durante el primer cuarto del siglo XX.

Por igual, Deschamps era también de la opinión, de que ese avance económico y tecnológico debía de abrir las puertas a la educación, como única forma de preparar en los pueblos a los “hombres ilustrados de su seno, aptos para conducirlos a la hermosa conquista del progreso”; y esto, como premisa fundamental para enfrentar a los que se aprovechaban del control del gobierno, irrespetando el derecho de los ciudadanos, que “creyeron que su bienestar estaba por encima del bienestar del pueblo”.[36]

En sentido general y de manera resumida, estas eran ideas que normaban el pensamiento liberal de Eugenio Deschamps y de su proyecto de partido liberal, para lo cual encabezó una intensa campaña de prensa y de contactos personales con destacados jóvenes de Santiago, Puerto Plata, Moca y La Vega, principalmente; a la vez que impulsaba la fundación de sociedades culturales que en ciertos modos, se fueron constituyendo en la base de apoyo de su organización política, y a través de ellas, dejándose sentir contra los partidos clientelistas-caudillistas que habían gobernados el país desde la salida de las tropas españolas en 1865.

Fundando el Partido del Porvenir

La propuesta de construir una agrupación liberal en la República Dominicana, que fuera más allá del Partido Azul, surgió en un ambiente político que apuntaba, desde principios de los ochenta, a la desaparición del Partido Rojo, que afectado por el fallecimiento de su caudillo tendía, en ciertas formas, a ser absorbido por el Partido Azul gobernante, que a la vez pasaba por un proceso en el que, desde su gestión gubernativa, daba viso de estancamiento y hasta de estar perdiendo su esencia liberal; pero además, del convencimiento de que se entendía, en el primer quinquenio de la década de los ochenta, que “en la República casi, casi, no hay partidos, y de que si los hay, se encuentran harto desorganizados”. El joven liberal pareció estar seguro de que la coyuntura resultaba favorable para la construcción de su organización, debido a que para él, ya en el país solo se destacaban dos tendencias políticas: la de los partidos caudillistas y “la de los visionarios de la libertad que (…) aparecen en la arena con corazón entero a vivir enaltecidos, enseñando como se lucha y se muere en la palestra dignificadora de la vida y del deber”.[37]

La estrategia para la construcción de su organización lo empujaba a privilegiar a un sector del baecismo que consideraba sano y con el que podía contar. Desde esa óptica, y aprovechando las tradicionales contradicciones entre rojos y azules, lo llamaba a formar parte de su proyecto, para “constituir, unidos el partido liberal del porvenir” con el objetivo de enfrentar las desviaciones del partido azul gobernante.[38]

El alejamiento de los principios liberales mostrado por los azules desde el poder, era del conocimiento de algunos dirigentes de esa organización, que sugerían de manera pública la necesidad de formar partidos de principios. Uno de los que así llegó a proponerlo, lo fue el expresidente Francisco Gregorio Billini, quien propuso en 1886 establecer “partidos doctrinarios” para dirigir los gobiernos sujetos a un programa de administración en capacidad de establecer sanción moral y la real aplicación de las leyes y la Constitución;[39] instaurando gobiernos que no estuvieran al servicio de los intereses de partidos con “hombres de fuerza moral —planteaba Gregorio Billini— que luchen contra esa influencia perniciosa de la política personalista; hombres que den amplia y completa garantía al ciudadano para que ejerza libremente sus derechos sin sospechar ni temer la ojeriza de nadie; hombres de pura administración, que no se acuerden del rojo, ni del azul, ni del verde en sus decisiones gubernativas; hombres que protejan la agricultura, como base de riqueza; que traigan al país la inmigración laboriosa y honrada; que propaguen, hasta en los últimos rincones de la República, la instrucción, como fuente de donde emana el progreso moral y material de toda sociedad que aspire a ser civilizada y grande”.[40] En ciertas formas, los planteamientos de Billini fueron coincidentes con los afanes liberales de Eugenio Deschamps, aunque para 1886 ya el proyecto de partido del joven santiagués había entrado en franco proceso de desaparición debido a la guerra de ese año en la que participó y debido también a que tuvo que salir del país a refugiarse en el extranjero para evitar la represión política desencadenada por Ulises Heureaux.

El corto período de tiempo del que dispuso el líder del proyecto liberal cibaeño, pareció no ser suficiente para alcanzar el objetivo de dejar formado la organización y parecía consciente de que todavía en 1884 no estaban dadas las condiciones para que la organización se convirtiera en una verdadera fuerza debido, entre otras circunstancias, a la persecución política del partido de gobierno sobre las instancias, asociaciones y personas liberales con las que trabajaba en la formación propuesta, víctimas de un gobierno salpicado de corrupción y de impulsar medidas engañosas y antidemocráticas para mantenerse en el poder.

Tan temprano como en noviembre de 1883, Deschamps dio a conocer la intención de fundar un partido de principios alejado de las agrupaciones personalistas y clientelistas. La organización así anunciada prometía ser un proyecto que debía concluir en la formación de un verdadero partido de principios, exaltado hasta lo sublime, que tendría como integrantes, “como base formidable”, los hombres “que en nada se han mezclado”, con las “manos limpias y la conciencia pura y tranquila”, que cobijaría en su fila a “los rojos buenos y los azules sin mancha”, con la responsabilidad de regenerar a los “que vivieron siempre en la atmósfera del vicio”. La agrupación propuesta debía estar en capacidad de repudiar y castigar el crimen y dignificar al individuo: “Ese partido, casi divino —proclamó Deschamps en su periódico La República—, es nuestro partido; ese es el espléndido ideal con que sin cesar soñamos; y ese debe ser el partido y el ideal de todos los buenos, de todos los patriotas, de todos los que, no riquezas para ellos propios ambicionen ni satisfacción de pasiones impuras y execrables, sino bien, felicidad y gloria para este pueblo heroico generoso”.[41]

Al conocer del anuncio de que Deschamps se preparaba para fundar una nueva organización política liberal, Sebastián Emilio Valverde, un consagrado liberal de la ciudad de Santiago, escribió en su periódico El Imparcial, que veía ese proyecto como algo irrealizable, considerándolo como un sueño “de poeta romántico en una mañana de galana inspiración”, que propaga “doctrinas ilusorias expuestas con la seducción de halagadores sofismas”, perturbando la “imaginación del pueblo en sus combinaciones morales tras el ideal de la perfectibilidad social. (…); un idilio político inspirado por una alma demasiado joven, generosa y entusiasta, que aún no ha sufrido la cruel tortura de la desgracia que alecciona el criterio en los sucesos de la vida, en esa gran depuración del espíritu que se llama experiencia”;[42] Lo sugerido por Sebastián Valverde, lo que él recomendaba en su escrito, era que los liberales cibaeños influenciados por Deschamps se concentraran en transformar los agrupamientos ya existentes, debido a que —decía él— era “más fácil organizarlos bien que formar un nuevo partido que absuelva los elementos buenos que los dos posean”; pero estas sugerencias fueron rechazadas por el líder juvenil en el convencimiento de que resultaba imposible moralizar a los integrantes de esos partidos, por ser personas “rebeldes a toda disciplina, (…), representación de la anarquía”[43] que solo luchaban por sus conveniencias.

Los planteamientos defendidos por Deschamps para la formación de la agrupación, se sintetizaban en la ardua tarea de “convocar al inmenso número de hombres que no son, que no quieren ser ni azules ni rojos, porque sueñan con una política sin mancha, constituirse en partido, llamar a los buenos de los bandos existentes, emprender la dudosa tarea “de la regeneración del inmenso número de los malos, y abrir la marcha del progreso y el esplendor en la política, por el ejercicio, limpio y puro, de los principios democráticos”.[44] El joven liberal de Santiago de los Caballeros, estaba convencido de que solo su partido, estaba en capacidad de moralizar la política y de cambiar a los malos, para de esa forma marchar hacia la libertad y el progreso.[45]

De lo que se trataba, era la organización de una agrupación política a nivel nacional, apegada a los principios democráticos y el Derecho[46]; pero si bien tuvo entre sus planes atraer a los jóvenes liberales independientes del Cibao y de la Capital, en su corta vida de existencia aquel núcleo juvenil estuvo centrado principalmente en las ciudades de Santiago, Moca, Puerto Plata y La Vega,[47] por lo que nunca pudo organizarse como una agrupación de carácter nacional.

Un partido de principios democráticos

En cuanto a los principios enarbolados por la agrupación política, estos se encontraban definidos de manera precisa en sus escritos aparecidos en el periódico La República, sin embargo, las iniciativas para darle forma organizada al “nuevo partido” liberal bajo su liderazgo, todavía no terminaban de dar sus frutos a finales de 1884, aunque Eugenio Deschamps pensaba que ya para ese año había logrado atraer la atención “en toda la República, a la gente pensadora” y “que más tarde o más temprano —ya que la idea se arraiga en la conciencia de la gente pensadora— deberá surgir ese Partido empuñando el cetro de la omnipotencia popular. (…). Ahora bien —anotó en La República— el medio traído a los pueblos por la democracia para realizar sus fines, es el sistema de partidos doctrinarios que se esfuercen por flamear, los unos más alto que los otros, la bandera del progreso”;[48] sin embargo, era de la opinión de que en el país los rojos habían sido aniquilados por los azules y los azules se habían convertido en sangrientos, con un partido “completamente dividido, desmoralizado, corrompido” y sus líderes enfrentados unos a otros luchando para imponer sus candidatos en los procesos electorales”.[49]

A partir de esa reflexión, Deschamps insistía en el advenimiento de la organización que redimiera a la sociedad “de la humillación y la vergüenza”; que no fuera la imposición de un caudillo, sino de un partido “que es reunión de los hombres”,[50] para lo cual privilegiaba los métodos legales en la lucha política, pero no descartaba la guerra para imponerlos. En ese sentido, se cuidaba de aclarar, que él no pregonaba la revolución que descansaba en la lucha armada. El partido propuesto estaría desvinculado de los generales corrompidos, alejado de las luchas fratricidas descansando en las ideas del derecho y la libertad y que solo tomaría en cuenta para su formación a los políticos susceptibles de ser regenerados. Debido a esa definición, reclamaba

   “[…] constituyeran los buenos de todos los pueblos el Partido ansiado; es decir, agrúpense los ciudadanos que no pertenecen ni a uno ni a otro bando; formulen un credo, inspirado en la civilización moderna; llamen a los buenos de los bandos existentes; anonaden por medio de la asociación y de la prensa, laboratorios fecundos de civilización, al partido de los malos, y surja, de una vez, el Partido glorioso que ha de empezar labor de la regeneración dando el último golpe al pedestal de los tiranos! (…) No hay, pues, otro camino; es necesario que surja el Partido del porvenir, el Partido de los buenos, iniciando las reformas, e indicando al pueblo el camino del progreso, de la libertad y de la gloria”.[51]

El nuevo Partido Liberal, así propuesto, sería el estandarte de la lucha por la soberanía del pueblo, contra los intentos de imponer la pena de muerte y a favor del sufragio universal; el respeto a las libertades ciudadanas; la libertad de cultos y el respeto a la propiedad privada; las moderaciones en las inversiones del caudal del pueblo; que impulsará una reforma constitucional para acabar con el cacicazgo; ensanchar la educación y el progreso, a través de “gobiernos honrados con conciencia, respeto profundísimo a la ley, inalterable veneración a sus derechos y a sus libertades”.[52]

Además, como parte de su plataforma programática, prometía garantizar el derecho de acusación para imponer límites a los gobernantes cuando fuera necesario; establecer una verdadera división de los poderes centrados en el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, pero empeñado en una real independencia de esos poderes “independientes los unos respecto de los otros”, garantizar la aptitud del Ejecutivo para nombrar sus agentes en todo el país; mantener la organización del Ejercito

“dividido en Cuerpos activos o Ejército permanente y en Cuerpo de reserva o Guardia nacional, y el deber de desarrollar —sin extralimitarse jamás de los linderos del derecho individual y de la ley— los elementos con que el pueblo cuenta, de bien, de libertad y de progreso”.[53] A estos principios, después que ellos fueren cumplidos como parte de su propuesta de gobierno, entonces se procedería a la construcción de cárceles; establecimiento de penitenciarias; la propagación de la enseñanza apoyada en la moral, y la protección a las industrias y a las artes.[54]

Sociedades como plataforma política del proyecto de Partido Liberal

Como parte de los planes de dotar a la organización de una base sólida y consciente, Deschamps era del criterio de que se necesitaba un levantamiento popular, no armado, con capacidad para barrer con los que él llamó los “mercaderes de la política”, proponiendo, para cumplir con ese objetivo, fundar periódicos independientes que defendieran el Derecho, creando asociaciones políticas y culturales que condenaran los errores, “que no se olviden nunca de la dignidad que requiere la predicación de doctrinas regeneradoras, que proclamarán y defenderán una Constitución que estarán todos en el deber de respetar y cumplir, y en que debe prescribirse indiscutiblemente, la integridad e independencia del suelo de la patria”.[55]

Como lo explica el doctor Roberto Cassá, fue Eugenio Deschamps quien visualizó que su movimiento tendría espacios en las sociedades patrióticas y la prensa independiente haciéndolas coincidir en la “misión educativa, el desarrollo de la democracia, el ejercicio de la ciudadanía y la defensa de intereses generales”,[56] de modo que se puede inferir, que el liderazgo presente en las asociaciones mantenían una cierta cercanía y relación con el proyectado partido, lo que se evidencia en los apoyos recíprocos resultantes de las situaciones políticas y los debates culturales de entonces, y de que las sociedades existentes expresaban una simpatía con el líder cibaeño al decidirse en varias de ellas, que él era elegido de manera formal para representarlas ante otras asociaciones culturales, políticas y literarias en la región del Cibao.

En unas “Notas y reflexiones sobre nuestros límites occidentales” escrita posiblemente en 1886, y dirigidas a las sociedades políticas La Trinitaria de Santiago, Restauradora de La Vega, Los Amigos del Pueblo de San Francisco de Macorís, El Derecho de la ciudad de Santo Domingo y la Regeneradora de Puerto Plata, Deschamps dejó establecido, que aunque ellas se encontraban en ese momento rezagadas, posiblemente afectada por la difícil coyuntura política que se estaba viviendo debido a la represión ejercida contra ellas desde el gobierno, pues muchos de sus dirigentes estaban participando a favor de Casimiro Nemesio de Moya en el conflicto armado contra Lilís, percibía que tan pronto cambiaran las condiciones estas se reactivarían retomando nuevamente el proyecto de construcción de la agrupación liberal, por lo que mantenía la esperanza de que siguieran siendo “el embrión de un gran Partido de principios que dignificará en nuestra patria la democracia y la República e implantará la verdadera libertad”;[57] pero como sabemos, el triunfo de las fuerzas gubernamentales bajo mandato de Ulises Heureaux contra los rebeldes provocó la desbandada, llegando a su fin el proyecto partidario de Eugenio Deschamps.

Las Sociedades Culturales como base para la toma del poder

Por último, quisiéramos precisar algunos aspectos relacionados con los planes del proyecto de Deschamps para crecer, usando como base las sociedades político-culturales.

En ese sentido, el líder juvenil santiagués destacaba en sus escritos el valor de formar nuevas asociaciones político-culturales como parte de su estrategia política, por lo que llamaba a la Regeneradora, La Trinitaria y La Restauradora para que lo acompañaran “en la labor de la regeneración de la patria”. Por igual, a “la Amiga del Pueblo, de Macorís, y a la Amiga del Deber, de Santo Domingo” que se fundaron en 1885, cuando el proyecto partidario estaba en pleno auge; además de llamar a la constitución de otras asociaciones que se unieran a luchar junto a su agrupación y “que los demás pueblos no se muestren indiferentes y fríos! Eso sí —decíaDeschamps—, quédense rezagados los que no tengan el suficiente valor para la heroica lucha!… Esos… que carguen con el desprecio del presente y las recriminaciones de la historia”.[58]

En otro de sus escritos, publicado en el periódico La República de junio de 1884, Deschamps también saludó la fundación de la agrupación patriótica La Trinitaria, destacando la tendencia de esa asociación de tomar parte en los asuntos relacionados con la política interior y exterior del país, así como “despertar el espíritu público y revivir en el corazón” del pueblo de Santiago, y de paso la motivó de inmediato a acompañarlo en la organización de una manifestación frente al Congreso Nacional para oponerse a la firma del empréstito Harmont.[59]

Pero si bien las sociedades políticas y culturales coincidían en aspectos políticos liberales como los señalados, estas tenían sus propios intereses gremiales y locales. Por ejemplo, las Sociedad la Restauradora de La Vega y la Popular Progresista La Democracia, de Moca, tenían entre sus reivindicaciones locales alcanzar el propósito de que Moca fuera convertida en provincia, así como la construcción de parques y edificios gubernamentales, la formación de bandas de música, luchar por el progreso del país y el adelanto moral, instalar relojes públicos, escuelas nocturnas, bibliotecas públicas, vías de comunicación, y el ferrocarril.

En los aspectos político-sociales, las asociaciones simpatizaban con los reclamos de los derechos políticos, por lo que Gregorio Luperón llegó a plantear, restándole importancia a la formación de ese tipo de instituciones, que él “creía inútil la existencia de sociedades políticas en el país, que solo necesitaba de sociedades de trabajo, de industria y de progreso para cicatrizar tantas heridas políticas”.[60] El recelo del líder del Partido Azul guardaba relación con el rechazo mostrado por las asociaciones cibaeñas y en especial las de Puerto Plata, respecto a su persona y a su gobierno. Por ejemplo, después de sentirse cuestionado por Juan Vicente Flores, quien era directivo de la Regeneradora, tuvo un altercado violento con este disparándole a la cara y posteriormente señalando a miembros de esa sociedad como los “anarquistas de Puerto Plata”,[61] a los que también identificaba como socialistas, y comunistas, mientras que otros los señalaban como jóvenes “jacobinos”.

La generación de 1885, como llamó Rodríguez Demorizi a los jóvenes liberales cibaeños, permaneció vinculada a Eugenio Deschamps y en el período que va de 1880 a 1885, dejaron formadas más de quince asociaciones culturales, literarias y política-literarias, con objetivos locales diferentes, pero con ideas proyectadas al establecimiento de regímenes democráticos y el progreso de la República.[62]

En sus medios de prensa, especialmente en La República, pues fue este periódico el que sirvió de plataforma propagandística, Eugenio Deschamps planteó su convencimiento de que su proyecto de partido debía expresar la negación de los métodos utilizados por los partidos caudillistas en las disputas políticas y en la manera de llegar al poder, quienes centraban sus aspiraciones en el clientelismo, el personalismo, la falta de propuestas democráticas, el irrespeto a las leyes y la Constitución, pero en especial en el uso de la fuerza como instrumento de dominación política y social.

Por las referidas razones, apegado a los principios democráticos, Deschamps definió la estrategia de formar y fortalecer las sociedades culturales, con el objetivo de ir ganando espacio social y político, apoyando las reivindicaciones levantadas por ellas y llamándolas a depositar los votos a favor de candidatos aptos para constituir ayuntamientos y elegir diputados,[63] tal y como sucedió con el triunfo de la Sociedad La Trinitaria en Santiago de los Caballeros, que obtuvo el “glorioso triunfo en la lid civilizadora del sufragio”, en noviembre de 1884; victoria reseñada en La República de la siguiente manera: “Se trataba de nombrar el nuevo Municipio, y la sociedad, constituida para esforzarse por imprimir a todos los públicos asuntos el sello de la verdadera democracia, no pudo permanecer indiferente y quiso empezar por decirlo así, con una victoria su carrera”.[64]

El éxito logrado pareció un experimento que buscaba probar que a través de las sociedades se podían ir alcanzando logros parciales, que llevaran a la “implantación de los democráticos principios que engendra la felicidad social”, lo que Deschamps anotó con las siguientes palabras:

“Al quedar abiertas las elecciones municipales, La Trinitaria llamó al pueblo, que acudió o no acudió a su llamamiento, para someter a su consideración la candidatura que le plugo formular; al día siguiente de este llamamiento lanzó (…) impresas circulares y empezó a trabajar con bríos, por salir airosa. Extrañas candidaturas fueron presentadas y se entabló desde entonces esforzada competencia. (…). Al terminar la lucha el primer día, vencía La Trinitaria; al terminar la del segundo vencía también; y ¡oh felicidad! los últimos amarillos rayos del sol de tercer día, iluminaban en el rostro de los trinitarios la alegría de la victoria. Más que el triunfo de una asociación, fue ese un triunfo popular, y más que eso, fue un triunfo verdaderamente nacional. Oh! sí; que La Trinitaria no solo ha querido enseñar al pueblo a ejercer uno de los más santos derechos de la ciudadanía, sino que ha dado la fecunda lección de que, para elegir los magistrados, no es necesario corromper al pueblo comprándole su voto. (…). Nosotros deducimos de la realización de ese acontecimiento: que La Trinitaria se ha engrandecido y le asiste derecho para lanzarse, llena de fe, a la implantación de los democráticos principios que engendra la felicidad social; que el pueblo no es del todo rebelde a las prácticas de la democracia, y que, habituándose a ejercerlas, llegará un día en que se realizarán, al fin , las utopías del presente; que los generales que adulteraron hasta ayer el sistema político que por equitativo y acomodado a la dignidad humana se abre paso en la generalidad de los pueblos civilizados, a través de las brumas del error”.[65]

Ese triunfo electoral de La Trinitaria, y la participación de La Restauradora de La Vega en un evento similar, fue considerado por Deschamps como un triunfo del pueblo, “que ha presentado el primer ensayo verdaderamente democrático que, en esfera del sufragio, se ha realizado desde Espaillat hasta nuestro tiempo”.[66] Algo parecido sucedió en la ciudad de Moca con la participación electoral de la Sociedad Artística y Literaria Juventud Mocana en 1883, quienes presentaron candidatos a diputados de común acuerdo con las sociedades La Democracia y La Progresista de La Vega, teniendo una destacada participación en las elecciones.[67]

El Partido Liberal: entre la lucha legal y la lucha armada

En el caso de la organización en construcción, que sugería luchar para llevar la sociedad hacia el progreso, Deschamps ofertaba como atractivo fundamental la defensa de la ciudadanía formando una agrupación que privilegiara los principios democráticos, las leyes y la Constitución. Sin embargo, las prácticas políticas negativas todavía vigentes en los momentos en que trataba de darle forma a su movimiento y en especial, debido al peso de los generales en la política dominicana y su influencia social en una población mayoritariamente rural que no había conocido otra forma de vinculación y participación que no fuera la de relacionarse con los caudillos locales y nacionales, limitaba la incidencia de los liberales cibaeños, y su accionar político, llevándolos a pactar con sectores tradicionales, incluyendo a generales y caudillos locales y regionales que daban señales de acercamiento al liberalismo que predicaba.

Si bien el joven líder se mantuvo apegado a la prédica de que para llegar a la presidencia, como lo había aprendido de su pariente Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, era a través de las elecciones y no de las revueltas armadas,[68] en la medida que se acercaban las elecciones de 1886 y ante la visible ruptura del partido azul con candidatos enfrentados; división que enfrentaba a Ulises Heureaux, apoyado por el general Gregorio Luperón —ambos centros de las críticas de los seguidores de Deschamps—, con el sector encabezado dentro de esa organización política por Casimiro Nemesio de Moya, el liderazgo de las sociedades cibaeñas coincidentes con Deschamps decidió cerrar filas con los contrarios a los candidatos del gobierno, los que prometían triunfar electoralmente o luchar con las armas en caso de ser derrotados a través del fraude.

Tal vez por esas razones puramente coyunturales, Deschamps asumió posiciones que tenían antecedentes en su convencimiento de que su agrupación, que con insistencia la presentaba como el “Partido de porvenir”, todavía no había alcanzado la fuerza necesaria ni el nivel de organización y de inserción en la sociedad para ponerla en capacidad de enfrentar las agrupaciones caudillistas y de los generales, y disputarle el poder a través de la lucha electoral, por lo que en 1884 llegó a sugerir no promover candidatos civiles y apoyar candidaturas de “generales liberales” lo que provocó las críticas de los que entendían esa postura como alejada de los principios democráticos. La coyuntura que llevaba a las elecciones de 1886, colocó a Deschamps en una encrucijada en la que tuvo que tomar decisiones partidarias que en ciertas formas lo alejaban mucho más del camino que se había propuesto desde finales de 1883, de evitar en la lucha política el uso de la fuerza y de las armas, aunque desde antes, existían sectores contrarios que a través de medios de prensa insinuaban de manera continua, que su proyecto liberal tenía la intención de imponerse a través de métodos no democráticos.

Su respuesta a esas críticas fue la ratificación de que su partido solo llegaría al poder a través de las ideas, con doctrinas y no con la imposición de la fuerza, ni por la arbitrariedad por considerar esas formas como despreciable y odiosa.[69] Recalcando que privilegiaba la lucha electoral de manera democrática, suprimiendo el machete y el cañón en las contiendas políticas, y llegando a plantear, en agosto de 1883, que jamás aspiraría a otro tipo de batallas que no fueran las “sacrosantas luchas de las ideas”; impulsando una revolución alejada del oro y la venganza que se impusiera “en el palenque grandioso de la tribuna y de la prensa”.[70] Sin embargo, como anotamos antes, esa coherencia de principios fue modificada coyunturalmente debido a que era notoria la posibilidad del surgimiento de una dictadura encabezada por Ulises Heureaux.

Imagen del intento de Anexión de República Dominicana a los Estados Unidos en 1869. Pinturas de John Edward Taylor

El desafío que así se le presentaba, lo obligó a variar su posición externada acerca del papel de los generales en la política y la forma de llegar al gobierno a través de la fuerza, teniendo que ceder ante la realidad del momento y comenzar a buscar la manera de influir en el proceso político, que no le dejaba otro espacio que no fuera una tímida cercanía con sectores de los generales azules que se oponían a Lilís. Desde ese punto de vista se puede notar un cambio desde finales de 1884, cuando comenzó a justificar la lucha armada y a proclamar que los pueblos tenían derecho a levantarse en armas contra los tiranos, pero que prefería no sucediera de esa forma, sino a través de la lucha democrática, por lo que dio señales de que podría apoyar ese tipo de lucha en el caso de que fuere necesario, sin descartar la revolución en el convencimiento de que esa actitud era legítima, por entenderla como un principio liberal, y por lo tanto un derecho de los pueblos.

Ese convencimiento se hizo más determinante al convencerse de que Lilís se perfilaba como un posible dictador que se fue apropiando del gobierno de Francisco Gregorio Billini, haciéndolo renunciar, a la vez que con su apoyo llevaba a Alejandro Woss y Gil al gobierno. Esa posición de control político, contando con la alta oficialidad que le era fiel y aprovechando la condición de Jefe Superior de Operaciones con que el nuevo presidente lo designó, llevó a Heureaux a alejarse de Gregorio Luperón, aliarse con antiguos rojos, y convertirse en la figura que predominó desde entonces en la política nacional.[71]

Esa era la confluencia de situaciones políticas que marcaban el pensamiento y las decisiones tomadas por Deschamps desde 1885, pero en especial a partir del año siguiente cuando Casimiro Nemesio de Moya y Ulises Heureaux se enfrentaron como candidatos a las elecciones. El segundo, contando con las fuerzas militares del Gobierno, un tímido apoyo por conveniencia partidaria de Gregorio Luperón, y el control del liderazgo sureño y oriental, mientras el primero, que “era el preferido de la gente nueva, anhelosa de corrientes liberales en las actividades públicas” contaba con las fuerzas de las armas de casi toda la región cibaeña,[72] además de los partidarios de Deschamps, incluyéndolo a él y a muchos de los directivos de las asociaciones político-culturales que les eran adeptos.

Por la situación descrita, que entendemos puramente coyuntural, el líder del Partido Liberal aclaró en más de una ocasión la posición de la que no se quería apartar, de que el “camino más adecuado para echar del solio a los gobiernos tiránicos; el que más se armoniza con los principios de la democracia, (era) el de la acusación concedido a todo ciudadano” en la Constitución, y que el medio para lograrlo, lo que su partido estaba proclamando en la propaganda pacifica de los principios, era hacerlo a través de las sociedades político-culturales y de la prensa; pero que de la única manera que podría apelar al uso de las armas, era si primero agotaba un proceso de consultas en la opinión pública del país.

Eugenio Deschamps, líder del proyecto de Partido Liberal, 1883

Esta posición dejaba las puertas abiertas a la participación en las revoluciones, siempre y cuando —decía él— que el Congreso y el Ejecutivo no fueren soberanos, “porque la soberanía solo reside en el pueblo y en ese caso, cuando los gobiernos se desvían del camino de la legalidad, con gobiernos que lo tiranizan, entonces podrían echar a los gobernantes del poder”.[73] Insistiendo que los pueblos tenían que evitar las revoluciones, pero que si en el poder se instalaban las tiranías, entonces el único camino que quedaba a las sociedades era la violencia y la guerra, porque implicaban “regeneración y libertad”.[74]

De todas formas, los planes para incentivar la creación de asociaciones y de que estas participaran en las luchas por reivindicadores locales, concientizándolas para la lucha política a través de los principios liberales, con el fin de instaurar gobiernos democráticos, pronto quedaron en el olvido, debido a que la coyuntura electoral de 1886 dio paso a la guerra, y esta contienda llevó a los jóvenes liberales cibaeños a concentrarse en lo fundamentalmente en la lucha armada detrás de Casimiro de Moya, sin que pudieran evitar la instauración de la dictadura.

Finalizada la rebelión que dio paso a la dictadura de Lilís desde enero de 1887, Eugenio Deschamps y muchos de sus relacionados en los afanes político-culturales se marcharon al exilio para vivir lejos del territorio dominicano, con lo que entendemos llegó a su fin el experimento de dotar a la República Dominicana de un partido liberal, que impusiera los principios democráticos como sustento del progreso nacional y del establecimiento de gobiernos civiles que pusieran fin a los regímenes de los  caudillos.

MOTAS BIBLIOGRAFICAS:

[75]


[1] Véase Discurso de ingreso de Alejandro Paulino Ramos como miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, revista Clío, año 91, Núm. 204, julio-diciembre 2022,  pp.75-122.

[2] Mario A. Pozas, El liberalismo hispanoamericano en el siglo XIX. El Salvador, p. 294.

[3] Ibídem, p. 295.

[4] Adriana Mu-Kien Sang Ben, “Contradicciones en el liberalismo dominicano del siglo XIX”. En: Ulises Francisco Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX. Santo Domingo, Instituto Tecnológico de Santo Domingo (Intec), 1997, p. 92.

[5] Antonio del Monte y Tejada, Historia de Santo Domingo. Vol. III. Santo Domingo, Sociedad Literaria Amigos del País, 1890, p. 279.

[6] M. A. Sang Ben, “Contradicciones en el liberalismo…”.

[7] Pedro Francisco Bonó, “Opiniones de un dominicano, en: Papeles de Pedro F. Bonó. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 1980, pp. 273-274. Véase también a José Chez Checo. “Los regímenes del Partido Azul”, en: Historia general del pueblo dominicano. T. IV, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, pp. 85-124; p. 99.

[8] Adriano Miguel Tejada, “Estado, política y gobierno, 1795-2008”, en: Frank Moya Pons (coordinador). Historia de la República Dominicana. Madrid, CSIC, 2010, p. 419.

[9] Pedro Francisco Bonó, Papeles de Pedro F. Bonó. pp. 273-274. Véase también a J. Chez Checo. “Los regímenes del Partido Azul”, p. 99.

[10] Ibídem, p. 274.

[11] “Editorial”, periódico El Eco de la Opinión. Núm. 14, Santo Domingo, 27 de junio de 1879.

[12] J. Chez Checo, “Los regímenes del Partido Azul”, pp. 92-93.

[13] Véase a Emilio Rodríguez Demorizi, Papeles de Espaillat. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 1963, p. 387, y a J. Chez Checo, “Los regímenes del Partido Azul”, p. 100.

[14] Eugenio María de Hostos, “La provincia de Santiago de los Caballeros como ejemplo de adhesión”, en: Revista científica, literaria y de conocimientos útiles, Núm. 10, Santo Domingo, 5 de julio de 1885.

[15] Rufino Martínez, Diccionario biográfico-histórico dominicano, 1821-1930. Santo Domingo, Editora Universitaria, 1971, p. 141.

[16] Roberto Cassá, Personajes dominicanos. Vol. II, Santo Domingo, AGN, 2014, p. 159.

[17] Emilio Rodríguez Demorizi, Hostos en Santo Domingo. Vol. 2, Ciudad Trujillo [Santo Domingo], Imp. J. R. Vda. García, 1942, p. 302.

[18] Eugenio Deschamps, “Peregrinación a la tumba de Espaillat”-  La República, Núm. 22, Santiago, 30 de abril de 1884.

[19] Roberto Cassá, Betty Almonte, Eugenio Deschamps. Antología. Santo Domingo, AGN, 2012, p. 22.

[20] Andrés Blanco Díaz, Ideas radicales en la República Dominicana. Antología (1844-1900). Santo Domingo, AGN, 2020, p. 287.

[21] “La cobardía de los pueblos engendra la tiranía del poder”. Periódico La Alborada, año I, Núm. 10, Santiago, 31 de julio de 1883.

[22] Eugenio Deschamps, “Suelto del periódico Alborada” anunciando la suspensión del periódico. Santiago, 2 de agosto de 1883.

[23] E. Deschamps, “Suelto del periódico Alborada”.

[24] Eugenio Deschamps, “Nuestro Ideal”, en: La República, Núm. 8, Santiago, 30 de noviembre de 1883.

[25] Ídem.

[26] Ídem.

[27] Eugenio Deschamps, “Prediquemos”. La República, año I, Núm. 23, Santiago, 13 de mayo de 1884.

[28] Eugenio Deschamps, “El futuro gobierno”. La República, Núm. 11, Santiago, 31 de diciembre de 1883.

[29] Eugenio Deschamps, “Rectificaciones y ampliaciones”. La República, Núm. 13, Santiago, 30 de enero de 1884.

[30] Ídem.

[31] “Carta de Gregorio Luperón a Francisco Gregorio Billini”. Puerto Plata, 20 de enero de 1885, en: A. Blanco Díaz, Ideas radicales…, p. 297.

[32] E. Deschamps, “El futuro gobierno”.

[33] Eugenio Deschamps, “Consideraciones y relatos”. La Alborada, año I, Núm. 4, Santiago, 30 de mayo de 1883.

[34] Eugenio Deschamps, “Inmigración”. La Alborada, año I, Núm. 6, Santiago, 21 de junio de 1883.

[35] Jaime de Jesús Domínguez, La dictadura de Heureaux. Santo Domingo, Editora Universitaria, 1986, p. 112.

[36] Eugenio Deschamps, “La ignorancia y el poder”. La Alborada, año I, Núm. 9, Santiago, 20 de julio de 1883.

[37] Eugenio Deschamps. “Una carta del señor G. Luperón”. La República, Núm. 50, Santiago, 17 de enero de 1885.

[38] Eugenio Deschamps, “Los ‘rojos’ en la brecha”. La República, año II, Núm. 52, Santiago, 31 de enero de 1885.

[39] Francisco Gregorio Billini, “Los partidos doctrinarios”. El Eco de la Opinión, Núm. 367, Santo Domingo, 3 de julio de 1886.

[40] Francisco Gregorio Billini, “Paso a los principios”. El Eco de la Opinión, Núm. 366, Santo Domingo, 16 de julio de 1886.

[41] E. Deschamps, “Nuestro Ideal”.

[42] La República. Año I, Núm. 12, Santiago, 19 de enero de 1884.

[43] Eugenio Deschamps, “A El Imparcial”. La República, Núm. 18, Santiago, 20 de marzo de 1884.

[44] E. Deschamps, “A El Imparcial”.

[45] La República. Año I, Núm. 12, Santiago, 19 de enero de 1884.

[46] La República. Año I, Núm. 18, Santiago, 20 de marzo de 1884.

[47] E. Deschamps, “A El Imparcial”.

[48] Eugenio Deschamps, “¡Adelante!”. La República, año II, Núm. 46-47, Santiago, 13 y 20 de diciembre de 1884.

[49] Ídem.

[50] Eugenio Deschamps, “Ecos”. La República, Núm. 52, Santiago, 31 de enero de 1885.

[51] E. Deschamps, “¡Adelante!”.

[52] Ídem.

[53] Ídem.

[54] Ídem.

[55] Eugenio Deschamps, “¿Se salvará el porvenir…?”. La República, año II, Núm. 42, Santiago, 15 de noviembre de 1884.

[56] Roberto Cassá, Eugenio Deschamps. Antología. Santo Domingo, AGN, 2012, pp. 21-22.

[57] R. Cassá, Eugenio Deschamps. Antología, p. 45.

[58] E. Deschamps, “Ecos”.

[59] Eugenio Deschamps, “¡Loor al pueblo!”. La República Núm. 28, Santiago, 30 de junio de 1884.

[60] Gregorio Luperón, Notas autobiográficas y apuntes históricos. Vol. III. Santiago, Editorial El Diario, 1939, p. 173.

[61] Ídem.

[62] La Alborada. Año I, Núm. 2, Santiago, 10 de mayo de 1883.

[63] Eugenio Deschamps, “A la lucha….!”. La República, Núm. 41, Santiago, 8 de noviembre de 1884.

[64] Eugenio Deschamps, “La Trinitaria triunfante”. La República, Núm. 44, Santiago, 29 de noviembre de 1884.

[65] Ídem.

[66] Eugenio Deschamps, “Carta al presidente de la Sociedad La Restauradora de La Vega”. La República, Núm. 44, Santiago, 29 de noviembre de 1884.

[67] Emilio Rodríguez Demorizi, Sociedades, cofradías, escuelas, gremios y otras corporaciones dominicanas. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 1975.

[68] Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, “Política interior del gobierno” de fecha 5 de mayo 1876, en:

E. Rodríguez Demorizi, Papeles de Espaillat: para la historia….

[69] E. Deschamps, “Ecos”.

[70] Eugenio Deschamps, “Al pueblo”. La Alborada, Santiago, 2 de agosto de 1883.

[71] R. Martínez, Diccionario biográfico-histórico…, p. 230.

[72] Ibídem, p. 231.

[73] Eugenio Deschamps, “La Revolución es un derecho”. La República, Núm. 55, Santo Domingo, 21 de febrero de 1885.

[74] Eugenio Deschamps, “Paz”. La República, Núm. 19, Santiago, 31 de marzo de 1884.

 

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