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Historia Dominicana, Historiadores y Percepción de la Dominicanidad

Frank Moya Pons[i]

Señoras y señores: Cuando el Dr. Leonel Rodríguez Rib, Honorable Rector de esta institución, me pidió hace unos pocos días que ocupara la tribuna del orador Invitado en esta solemne graduación, no vacilé en aceptar porque su invitación vino acompañada de la sugerencia de que hablara de un tema que desde hace tiempo me viene preocupando porque he visto que también preocupa a muchos otros ciudadanos de este país.

Este tema es el que tiene que ver con la percepción de la dominicanidad en la obra de nuestros historiadores y cómo esa percepción ha ido variando a medida que los tiempos y circunstancias han influido en la forma de escribir de nuestros historiadores. Quise aprovechar unas cuantas notas que hace tiempo tenía escritas sobre el tema y he aquí que se las voy a leer, con la venia de todos ustedes, a quienes ruego paciencia y tolerancia por las cosas que tengan que oír en esta tarde.

Frank Moya Pons, historiador dominicano

No es tarea elegante para un historiador en ejercicio, como es mi caso, enjuiciar la obra de otros, pero como alguien tiene que hacerlo, pues la historia también tiene su historia, tal vez no sería adecuado dejar esta tarea a los zoólogos o a los físicos cuyas preocupaciones no les permitirían acercarse críticamente al problema. Tal vez sea útil, para comenzar, iniciar nuestro recuento con los dos historiadores clásicos dominicanos que trabajaron en la re construcción de nuestro pasado en el Siglo XIX y a partir de quienes la historia dominicana adquirió categoría de disciplina en el mejor sentido del término.

Me refiero, como ustedes se imaginen, a Don Antonio Del Monte y Tejada y a Don José Gabriel García. Estos dos señores publicaron las primeras obras generales de historia dominicana que se escribieron para el país. El primero de ellos, Del Monte y Tejada, comenzó su obra en 1816, en Cuba, después de haber emigrado a causa de la invasión de las tropas haitianas que comandaba el General Dessalines. Su historia es una narración de lo que él pudo reconstruir sobre la vida colonial de Santo Domingo. Consta de cuatro tomos. El primero es en su mayor parte una copia fiel del Diario de Colón extraída quién sabe cómo de los manuscritos de la Historia de las Indias de Bartolomé de las Casas que entonces no se había impreso.

El segundo es un fragmentario recuento de los principales hechos de armas e incidentes políticos de la colonia dominicana en los siglos XVI y XVII y el tercero es un ensayo de historia socio—política de las colonias española y francesa de la Isla durante el siglo XVIII. El cuarto es una recopilación de los principales documentos que él utilizó en la preparación de su obra, especialmente para su tomo sobre el siglo XVIll, que es el más completo de los tres.

Portada del libro Resumen de Historia Patria
de Bernardo Pichardo

Como ciudadano español que era. Del Monte y Tejada intenta explicar y justificar la presencia de España en Santo Domingo. De su obra se ha dicho que sus rasgos más sobresalientes son su hispanismo radical, su narrativismo metodológico y su providencialismo católico digno de otra época. Fíjense bien: Hispanismo, narrativismo y providencialismo son los rasgos que al decir de los que han escrito sobre estos asuntos caracterizan la obra de este primer historiador que es Antonio Del Monte y Tejada. El otro es Don José Gabriel García, quien ha sido llamado muchas veces “el padre de la Historia Dominicana”, pues él fue el primero en intentar escribir una historia que presentara cierta continuidad cronológica, desde el Descubrimiento hasta el último cuarto del siglo XIX.

De García se ha dicho con mucha razón que nadie como él conoció la historia dominicana de su época, especialmente en lo que respecta a los esfuerzos de los dominicanos por convertirse en una nación independiente, José Gabriel García es el padre de la historia nacional pues toda su obra, que son muchos títulos, pero entre los cuales se destaca su monumental Compendio de Historia de Santo Domingo, se orienta a establecer cuáles fueron los hechos que contribuyeron a institucionalizar la dominicanidad con la consolidación política de aquella entidad que al principio pareció a algunos tan carente de futuro y de viabilidad pero que terminó llamándose República Dominicana.

Hay en la obra de José Gabriel García rasgos y postulados ideológicos que más tarde cobrarían fuerza en las obras de otros historiadores, por ejemplo, el sentido de la hispanidad como razón de ser de la supervivencia nacional y de la formación de la dominicanidad amenazada de ser absorbida o aniquilada por los ocupantes haitianos que gobernaron la parte del Este de Santo Domingo durante 22 años, sustituyendo la dominación española por una dominación republicana cuyos matices culturales e institucionales eran de origen francés o africano.

El historiador eclesiástico José Luis Sáez

No debe olvidarse que las guerras de Independencia que se libraron en Santo Domingo fueron llevadas a cabo contra ejércitos invasores haitianos y que García, un soldado que peleó en esas guerras, era heredero de aquella cultura hispánica criolla imbricada profundamente con el catolicismo y con un espíritu de clase establecido parcialmente sobre consideraciones raciales. Como en Santo Domingo el proceso de emancipación transcurrió en forma diferente del resto de los países de Hispano américa, García no alcanzó a ver a los dominicanos como un grupo criollo que luchaba contra un imperio explotador como llegó a ser el español en América sino que percibió a su pueblo como un reducto hispánico que había quedado abandonado en medio del Caribe desde hacía varios siglos y que, pese a ese abandono, había luchado contra toda clase de enemigos para mantener su identidad cultural y la soberanía de España en esas tierras de Santo Domingo; reducto hispánico que a la hora de buscar su independencia de España en 1821 había caído bajo la dominación haitiana y que en 1844 inició una guerra que duró unos quince años para emanciparse de un invasor de raíces culturales diferentes.

Por eso la historia de García, que es la historia de la formación original de la nacionalidad dominicana, presenta rasgos de hispanismo, de anti haitianismo, de catolicismo, de tradicionalismo, pues la tradición fue una de las principales fuentes que él utilizó, y ocasionalmente de providencialismo. Debo decirles que con la obra de García, que comenzó original mente como un Compendio para el uso de las escuelas, se formaron dos generaciones dominicanas hasta que, en 1922, apareció otra obra muchos de cuyos datos eran extractados de la suya con excepción de los últimos capítulos que eran una cronología del autor cuyo nombre fue Bernardo Pichardo. La obra de Pichardo sustituyó a la de García y a otra que se parecía bastante a la suya que había sido escrita por Don Manuel Ubaldo Gómez. La obra de Pichardo, vino a ser así el catecismo histórico dominicano durante los cincuenta años a partir de 1922, esto es, hasta hace unos cuantos días.

Historia General del Pueblo Dominicano: una obra colectiva de la Academia Dominicana de la Historia

Su Resumen de Historia Patria reúne todas las cualidades de las obras de los autores ya mencionados (hispanismo, providencialismo, narrativismo, antihaitianismo, cronologismo y falta de sentido crítico,) con la particularidad de que el estilo retórico en que el autor escribió la obra hacen más patentes esos rasgos y hoy en día mencionar entre ciertos círculos este libro resulta poco menos que una mala palabra. Sin embargo, ahí se formaron las nuevas generaciones dominicanas y la visión de la historia que de ahí se desprende es la que en las escuelas nos ensenaron a todos los muchachos durante tres generaciones. Como de la obra de García nunca se hicieron ediciones posteriores a la tercera que fue en 1893, hasta hace varios años (1968), el Resumen de Pichardo se convirtió así en La Historia Dominicana. Una especie de Biblia histórica donde estaba toda la verdad de lo que había ocurrido en la Isla desde la llegada de Colón hasta la llegada de los americanos en 1916.

Incidentalmente recuerdo las muchas controversias que en mi escuela suscitaba la lectura de las únicas 45 páginas dedicadas al período colonial (que compone los primeros 330 años de los 400 y tantos de nuestra historia) porque en ellas se narraba la batalla de doscientos españoles dizque contra treinta mil Indios armados con arcos y flechas. Según la tradición, recogida como verdad histórica por Pichardo, no bien había comenzado la batalla, la Virgen de las Mercedes se apareció encaramada en una cruz hecha de níspero para favorecer a los cristianos y todas las flechas que los indios les lanzaban les eran devueltas por la Virgen, todo lo cual produjo un enorme pánico entre los indios quienes se vieron obligados a salir huyendo. ¡Una Virgen encaramada en una cruz ayudando a los españoles a vencer a los indios! Detalles como éste que provocaban desconfianza entre los estudiantes menos crédulos, unidos al estilo pomposo de Bernardo Pichardo o al muy culto pero barroco estilo de José Gabriel García, me parece a mí, contribuyeron notablemente a que los dominicanos llegaran a detestar los estudios históricos y consideraran esta ciencia la más árida de todas las actividades intelectuales.

Portada de la Historia del Pueblo Dominicano
por Franklin J. Franco Pichardo

Muy pocos se ocuparon del estudio sistemático de la historia dominicana con excepción de unos cuantos hombres excepcionales que conviene que los mencionemos para tener una idea cabal de lo que hablamos. Uno de esos hombres fué el Dr. Apolinar Tejera, quien dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a expurgar la historia de una buena cantidad de errores que la tradición había legado a Del Monte, García y a Pichardo. Con su libro Rectificaciones Históricas el respeto a la tradición quedó muy mal parado y a partir de entonces los documentos empezaron a hablar con más fuerza entre los pocos que se interesaban en la historia dominicana.

Quiero aclarar, sin embargo, que nadie fue más respetuoso por los documentos y su testimonio que Don José Gabriel García y que el mismo Antonio Del Monte y Tejada. Lo que ocurrió cuando ellos escribieron sus historias fue que había hechos sobre los cuales había tradiciones tan fuertemente arraigadas que nadie, ni siquiera ellos mismos, era capaz de dudar sobre su fundamentación histórica. Con todo, puede decirse que Apolinar Tejera abre un nuevo momento en la historia de la historiografía dominicana que muy bien podríamos llamarlo documentalista, pues casi al mismo tiempo que él elaboraba sus trabajos de rectificación histórica otro dominicano, el Licenciado Don Américo Lugo, se había ido a Europa a visitar los archivos españoles y franceses y, al cabo de algunos años de intensa labor, legó al país la primera colección de copias de documentos coloniales depositadas en archivos extranjeros.

El ejemplo de Lugo muy pronto fue seguido por otro investigador, el Licenciado Máximo Coiscou Henríquez, quien también fue a España y desenterró del Archivo General de Indias bastantes documentos sobre las postrimerías del siglo XVlll y los principios del siglo XIX que Lugo, que se había dedicado a los siglos anteriores, no había tenido ocasión de ver. Al tiempo que Coiscou buscaba sus documentos, también lo hacía otro investigador, el capuchino Fray Cipriano de Utrera, quien pasó varias temporadas, de varios años cada una, sumergido en el Archivo General de Indias y quien llegó a conocer tan profundamente la vida colonial dominicana, especialmente en lo que a cuestiones eclesiásticas militares se refiere, que es fama que sus libros los escribía directamente él mismo en el linotipo.

A Fray Cipriano siguió Don Emilio Rodríguez Demorizi, el más formidable trabajador que haya producido la historiografía dominicana hasta hoy. Asiduo visitante a prácticamente todos los archivos europeos que tienen que ver algo con la historia dominicana, Rodríguez Demorizi ha publicado hasta la fecha más de cien volúmenes sobre los más diversos aspectos de la vida dominicana que son verdaderos modelos del arte y la ciencia editorial en materia de documentación histórica. A propósito de trabajos de recopilación en los archivos españoles conviene tener presente al Dr. j. Marino Incháustegui quien durante muchos años trabajó en el Archivo General de Indias, en Sevilla, y en el Archivo General de Simancas, donde hizo copiar miles de documentos relativos a la historia de los gobernadores y capitanes generales de Santo Domingo en el período colonial. Esta enumeración de historiadores quedaría muy incompleta si yo no mencionara al Dr. Vetilio Alfau Durán, quien ha dedicado toda su vida, con un celo refinado similar al de Apolinar Tejera, a rectificar, dilucidar y precisar cuestiones de primera importancia que han lastrado la labor de reconstrucción histórica en la República Dominicana. Alfau Durán ha especializado sus labores en la bibliografía y la biografía históricas y puede decirse que casi nadie lo supera en cuanto al conocimiento del acontecer cotidiano de la vida dominicana a lo largo del siglo XIX.

Idea del valor de la Isla Española, un libro considerado como la primera historia publicada por un dominicano

Su dominio de la historia eclesiástica dominicana posiblemente no sea superado por nadie dentro ni fuera del país. Otro investigador que también ha trabajado intensamente en los archivos españoles ha sido el Licenciado César Herrera, quien logró conseguir después de dos años de trabajo en Sevilla unos 25 volúmenes de documentos depositados hoy en el Archivo General de la Nación.

Este grupo de investigadores componen el núcleo de historiógrafos que ha cumplido con la misión de poner a disposición de los dominicanos de hoy varias decenas de miles de documentos que de no haber sido por sus trabajos estarían hoy sepultados entre los olvidados legajos de los archivos extranjeros. Puede decirse que si existe en estos días un movimiento de renovación en cuanto a los estudios históricos se refiere, ello se debe en gran medida a la posibilidad de manejar materiales de primera mano con que cuentan hoy los historiadores dominicanos.

Ahora bien, los “documentalistas” también han escrito sus propias obras que van más allá de la simple recopilación de documentos. Y lo interesante del caso es que algunos de ellos escribieron sus obras junto con otros Intelectuales a quienes tocó vivir sus mejores años dedicados al quehacer político durante ese período que se conoce como la Era de Trujillo. La moderna historiografía dominicana no se comprende cabalmente si no se conoce lo que ocurrió en la República durante la Era de Trujillo y si no se tiene en cuenta el clima intelectual en que se vivió durante esos 32 años. Trujillo fue la encarnación del Estado. Trujillo fue el Estado. Y, además, Trujillo fue un tirano que instituyó su tiranía a sangre y fuego. Pero Trujillo fue una revolución en la República Dominicana. Llegó al poder en 1930 y lo que encontró fue una sociedad rural, tradicional, biclasista y precapitalista, y cuando murió dejó una sociedad desarticulada y subdesarrollada, en vías hacia el capitalismo dependiente, en rumbo hacia una urbanización caótica provocada por un cierto crecimiento industrial que contribuyó a generar, además, una clase media emergente y amplios sectores obreros que hasta entonces no existían. La presencia avasalladora de Trujillo y de su ejército en la vida dominicana, con todas las transformaciones que ello implicaba, impresionó notablemente a los intelectuales dominicanos provenientes de una baja clase media empobrecida, que hacía tiempo buscaba una explicación a su situación, y buscaba asimismo un gobierno que le diera sustancia política a sus aspiraciones continuamente olvida das por los grupos dominantes tradicionales. De ahí que andando el tiempo la literatura política dominicana se inclinó hacia la historia en búsqueda de una explicación justificativa a la presencia de Trujillo en el poder, y después de algunos esfuerzos dió con una buena cantidad de explicaciones. La historia, se dijo, “enseñaba que los dominicanos habían vivido de una revolución en otra, de un gobierno en otro, de caos en caos. Ahora Trujillo ofrecía la continuidad y la inalterabilidad institucional y política: Luego, Trujillo era necesario. La historia dominicana, también se dijo, demostraba que la dominicanidad siempre estuvo amenazada por la presencia de ejércitos haitianos en territorio nacional; Trujillo habla asesinado 18,000 haitianos para salvar la dominicanidad: Luego, Trujillo era el salvador de la nacionalidad. Igualmente se afirmó que la historia “demostraba” que antes de Trujillo no había habido cambios económicos y sociales de trascendencia; ahora se comprobaba que el país marchaba de transformación en transformación: Luego, Trujillo era el hombre providencial llamado a conducir para siempre los destinos nacionales. Y así sucesiva mente. .. Así fue surgiendo una historia trujillista en la cual se recogieron y se reinterpretaron los postulados básicos de la historiografía tradicional para hacer aparecer a Trujillo como el defensor de una dominicanidad de orígenes hispánicos amenazada de muerte por la presencia haitiana, y para hacerlo aparecer como el constructor de una nacionalidad que no existía, pues había estado igualmente permeada y absorbida por la influencia haitiana que desde 1859 habla dejado de hacerse sentir militarmente para penetrar pacífica y subrepticiamente en el país.

La dominicanidad fue exaltada como el más puro de los sedimentos hispánicos que quedaba en el Nuevo Mundo, cuyo constituyente esencial era el catolicismo heredado de la Madre Patria luego de una labor civilizadora que se inició en los mismos días de la Conquista y que no terminó sino después de las invasiones y ocupaciones haitianas y de la tarea disolvente de los filósofos antiespañoles como lo fue el ilustre pensador Eugenio María de Mostos. Como Mostos era positivista y el positivismo era enemigo del catolicismo, también fue erradicado todo elemento positivista de las escuelas dominicanas, de manera que la dominicanidad, esto es, la hispanidad y la catolicidad quedaran debidamente protegidas.

Esa hispanidad tenía que ver mucho con la raza, con la blancura de la población dominicana, cuya hibridación con los antiguos esclavos africanos no había sido suficiente para eliminarla y por lo tanto podía contrastarse con sus vecinos haitianos que además de ser negros practicaban vodú. Y siendo el vodú un rito primitivo, una práctica diabólica, un culto hacia entidades espirituales que si tenían existencia debía ser de un orden inferior, los dominicanos no podían ser otra cosa como no fueran superiores a los haitianos.. . Como se ve, lo que tiene lugar durante la Era de Trujillo es la manipulación de la historia para la justificación del régimen político de entonces. Es la búsqueda de las esencias hispánicas que realmente existían y todavía existen en el pueblo dominicano, para mostrar a los dominicanos cuan necesario era ese régimen que preservaba las más viejas y profundas esencias de la nacionalidad,

No hay duda de que los dominicanos somos un pueblo de cultura hispánica, de antecedentes religiosos católicos, con una autopercepción racial que nos hace creer que somos de raza blanca cuando en realidad somos una comunidad mulata. Pero no hay duda que la exaltación de ese catolicismo, más aparente que real, de ese hispanismo tan mezclado con ingredientes africanos y hasta aborígenes, y de esa blancura tan mezclada con sangre negra, vino a ser una especie de tergiversación de la verdadera personalidad histórica del Pueblo Dominicano y alteró notablemente su conciencia nacional al hacerle creer que estaba compuesto por una proporción alterada de sus verdaderos ingredientes étnicos, religiosos y culturales.

Esta tergiversación empezó a ser patente en cuanto murió Trujillo y la intelectualidad trujillista, con razón y sin ella, se vio abiertamente combatida por una nueva intelectualidad que también se fue a la Historia a buscar la justificación de sus posiciones políticas, en ese caso del antitrujillismo. El primer rasgo notable de esta intelectualidad fue su anti tradicionalismo y su rechazo de todo (y subrayo todo) lo que los historiadores anteriores habían escrito, arguyendo que la historiografía tradicional estaba llena de vicios ideológicos que han deformado la naturaleza real del pueblo dominicano.

El segundo rasgo fue, claro está, su antitrujillismo, pues la escuela trujillista había derivado hacia la exaltación de los supuestos ideológicos tradicionales para justificar el carácter providencial de Trujillo como el gobernante que venía a construir una nacionalidad aparentemente inexistente, y para justificar, además, la política antihaitiana de Trujillo que llegó a ser la vía única y necesaria para salvar al país de la extinción nacional frente a un enemigo desnacionalizarte y absorbente como era la cultura haitiana.

De manera que al hispanismo tradicional, convertido en ideología oficial en tiempos de Trujillo, la nueva historiografía dominicana buscó oponer un contenido nuevo que vendría a ser la negritud. Se hizo notable el empeño de estos autores por destacar las raíces africanas del pueblo dominicano y las similaridades raciales, culturales y hasta políticas, existentes entre los haitianos y los dominicanos, tratando de establecer una nueva óptica que se fundamentaría en la supuesta unidad histórica de ambos pueblos.

En este orden de cosas el marxismo fue el instrumento conceptual utilizado por estos historiadores. Frente al método tradicional,  dijeron ellos, había que utilizar un nuevo método científico, que no sería otro, al decir de ellos, que el materialismo histórico. De ahí que en la mayoría de sus escritos, normalmente apareciera como artículo de fe la declaración, previa al examen mismo de las fuentes o al análisis de las mismas, de que sus trabajos son o serán investigaciones científicas porque ellas han sido realizadas utilizando como método el materialismo histórico que, al decir de ellos, es el único método de la investigación histórica.

Manuel Arturo Peña Batlle el historiador más
representativo de la dictadura de Trujillo

Como los historiadores tradicionales no conocieron a Marx ni el marxismo, luego todo lo que ellos dijeron o escribieron no es científico y, por lo tanto, falso o tendencioso, pues ha debido responder a una ideología de clase, en este caso de la clase dominante que fue a la que los historiadores tradicionales pertenecieron. La verdad histórica, según ellos, residiría entonces en el método, no en las fuentes. De ahí el descuido por las fuentes frente al profundo respeto por las autoridades, singularmente por las autoridades del marxismo. Y por ello lo más corriente fue leer en libros o folletos o artículos que se suponía, porque así lo anunciaban sus autores, que eran investigaciones científicas, como muchas veces se consideraba más valioso lo que Marx, Lenín o Engels declararon hace muchos años para otras sociedades que lo que los documentos primarios sobre los hechos reales podían decir sobre los procesos históricos supuestamente estudiados.

Así, un rasgo también observable fue que sus miembros escribieron con mucha mayor frecuencia sobre los méritos que podría tener el materialismo histórico si se aplicara al estudio de la realidad dominicana, que lo que lograron escribir como investigadores aplicando el materialismo histórico a las evidencias que han podido quedar de nuestro pasado. De ahí que muchas veces un lector medianamente cuidadoso encontrara que lo que se suponía iba a ser una investigación histórica, esto es, una reconstrucción crítica de una época dada, no fuera más que una consideración propagandista de tesis pre concebidas sobre determinados hechos o personajes. Y aunque todavía quedan hoy algunos escritores que persisten en desconocer las fuentes documentales, aparentemente esa situación que se produjo hace algunos años parece estar cambiando, tal como lo demuestran algunas obras aparecidas recientemente que, aunque insisten en los mismos supuestos, empiezan ya a reflejar una corrección de la óptica anterior que se mantuvo ciega al enorme legado positivo de los historiadores tradicionales y de los que hemos llamado hace un momento documentalistas. Hacia dónde derivará la historiografía dominicana en los próximos años es todavía difícil de establecer.

Como ustedes han podido ver, la historia es un quehacer que no se lleva a cabo en fríos laboratorios sino al calor de la vida política y cultural de los pueblos y si algo enseña ella es que es capaz de cambiar con la misma rapidez de las circunstancias sociales y políticas de una comunidad determinada. Sin embargo, a pesar de los cambios, algo queda, creo yo. Y eso es la noción del flujo de los acontecimientos, la idea de que las cosas se originaron de una manera y concluyeron o evolucionaron de otra manera. En el caso dominicano esa noción todavía está incompleta, a mi modo de ver, no porque las opiniones y percepciones de los historiadores hayan cambiado con los tiempos y circunstancias, sino porque en este país no se enseña suficiente historia en las escuelas.

Y eso, esa falta de enseñanza acerca de nosotros mismos, es fatal para la formación de una clara conciencia de la dominicanidad porque al no saber colectivamente qué hemos sido y porqué hemos llegado a ser lo que somos, la historia se ha quedado en manos de élites que la han escrito conforme a sus propias circunstancias y el pueblo, la mayoría, ha quedado fuera del proceso de intelección de la idea nacional y sólo ha recibido las nociones e informaciones que le han llegado a través de la propaganda oficial o de la propaganda anti oficial.

Normalmente oigo a la gente quejarse de la falta de conciencia nacional entre la población dominicana. Desde tiempos de Hostos se viene repitiendo que los dominicanos no sabemos lo que somos y que, por lo tanto no formamos una nación. Tanto se repitió ese aserto durante los primeros treinta años de este siglo que cuando Trujillo llegó al poder encontró el terreno perfectamente abonado para que sus ideólogos y justificadores montaran toda una nueva concepción de la historia dominicana basada en un providencialismo político que hacía aparecer aquel régimen como el único que había sido capaz de construir la nacionalidad dominicana.

Tan falso fue ese providencialismo trujillista que después de la desaparición de ese régimen muchos dominicanos han vuelto a la inseguridad original y hoy hay quienes insisten en que los dominicanos  no somos una nación porque no tenemos conciencia de nuestra dominicanidad.

Hace unos días, por ejemplo, un prominente educador dominicano observaba con Inquietud, en un artículo publicado en la prensa diaria de Santo Domingo, que tenía la “impresión de que en nuestro país no existe realmente un verdadero sentimiento de Patria,” y decía que “tenemos a los Padres de la Patria, tenemos Bandera Nacional, pero ¿qué significan los Padres de la Patria y la Bandera Nacional para los dominicanos? los primeros, decía este educador, representan personajes históricos que tuvieron méritos, pero que la mayor parte no sabe en qué consisten fundamentalmente esos méritos. La Bandera es un símbolo que tampoco tiene para muchos un significado transcendente como símbolo de la Patria”. De ser cierta esta afirmación, eso significa que a pesar de los esfuerzos de los historiadores por encontrar explicaciones a la formación y naturaleza de nuestro ser nacional, todavía hace falta algo que lleve al seno del pueblo la noción de lo que somos realmente o, por lo menos, de lo que creímos ser en otros momentos particulares de nuestra vida nacional.

Y ese algo, señoras y señores, no puede ser otra cosa que la educación permanente de los dominicanos sobre sí mismos, no puede ser otra cosa que la enseñanza permanente de nuestra propia historia desde los primeros años de la vida escolar hasta los últimos grados de la enseñanza superior. Actualmente los dominicanos crecen sin saber mucho acerca de sí mismos. Como se sabe, la mayoría de nuestros niños no llega al cuarto curso de la escuela primaria, y los que llegan y continúan sus estudios apenas reciben clases de historia en el cuarto y en el quinto cursos de la escuela primaria, y no es sino seis o siete años más tarde cuando en la escuela secundaria se les vuelve a dar clases sobre el pasado de su país y sobre los valores que implica este pasado. Si el joven no llega a la universidad, esos tres cortos cursos fueron todo cuanto recibió de enseñanza sobre su país y para esa fecha los conocimientos recibidos habrán sido tan fragmentarios que su idea de lo que es esta nación, y cómo llegó a serlo, es tan débil que apenas podrá resistir la Influencia de culturas más agresivamente definidas que, por las razones que sean, están penetrando con una peligrosa velocidad en la República Dominicana.

Marcio Veloz Maggiolo uno de los más importantes historiadores dominicanos posteriores a la dictadura de Trujillo

De ahí que muchos jóvenes y adultos no sientan vergüenza alguna en americanizarse a su manera, por un lado, o en haitianizarse, a la manera de otros, por otro lado. Yo no quiero terminar este discurso anunciando apocalípticamente que la nacionalidad dominicana está en peligro —aunque sinceramente creo que lo está—, pero sí quiero aprovechar la paciencia de ustedes para afirmar que si en la República Dominicana no se pone en práctica cuando antes un programa que lleve la historia dominicana a las escuelas, día tras día y año tras año, en todos los cursos de las escuelas primaria y secundaria, no está lejos el día en que los dominicanos prefieran dejar de ser lo que son para acogerse a los dictados de otras potencias con culturas bien definidas porque sus ciudadanos supieron defenderlas creando conciencia nacional en cada uno de ellos a través de la enseñanza de su historia en las escuelas. Y para los que no crean que ese día está más cerca de lo que parece, me permito recordarles que desde no hace poco aquí hay gente que prefiere ser gobernada por chinos o por rusos antes que por nosotros mismos, así como aquí hay un jefe de Estado que una ve prometió renunciar a su cargo frente al Presidente de una potencia extranjera, antes que hacerlo frente al Congreso de su propio país, que, teóricamente, debe ser el representante del pueblo dominicano.

Creo, señoras y señores, que si aquí existiera una población más consciente de sus valores históricos y, por lo tanto, más segura de su personalidad nacional, los dominicanos estaríamos más empeñados en buscar la solución de nuestros problemas dentro de nosotros mismos, porque si otra cosa enseña la historia dominicana, esta es que nunca ningún poder extranjero ha intervenido en este país para ayudar a perfilar nuestra dominicanidad conforme a nuestro propio genio nacional, tal como lo demuestran la ocupación haitiana, la ocupación española y la ocupación norte americana. Se dice que la historia, puesto que varía con los tiempos, no puede dejar lecciones para el futuro. Sin embargo, en sus variaciones la historia también va enseñando otra cosa y esta es que la verdad, a la corta o a la larga, prevalece, así sea en la consumación de los siglos.

Lo importante es incorporar a la totalidad de la población en la búsqueda de la verdad histórica a través de su enseñanza permanente, en las escuelas, no importa como la escriban los historiadores, pues el pueblo por sí mismo sabrá encontrar el camino de sus propias definiciones. Muchas gracias.


[i] (Frank Moya Pons, Conferencia pronunciada el día 27 de septiembre de 1975 en el acto de graduación celebrado por el Instituto de Estudios Superiores. Publicado por el Instituto de Estudios Superiores Colección Orador Invitado, No. 1, 1976).

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